lunes, 29 de noviembre de 2010

Un viaje por Falcón en los años 50

UN VIAJE POR FALCON EN LOS AÑOS 50

Corría el año de 1952. Con apenas siete años mi interés era solo jugar. Nacido en Caracas pero hijo de falconianos, sentía cercano el calor de esa tierra pero mi imaginación infantil la ubicaba en los confines del mundo. Mi padre, José Angel nació en La Vela y en Borojó mi madre. Ambos demostraban una permanente alegría, conformes con las pocas cosas que hasta el momento habían logrado. Una humilde casa y una modesta jubilación, otorgada a papá tras treinta años de servicio como telegrafista. Recuerdo a mi madre cantar viejas composiciones venezolanas mientras hacía sus oficios domésticos o se dedicaba con afán a cuidar el pequeño jardín que adornaba la entrada de nuestra casa. Pero en ella la alegría no era completa. Había un eterno ahh mundo... con el que expresaba largos años sin saber algo de sus hermanos. Habían quedado huérfanos de madre. Una nueva esposa para su padre que resultó intolerante con los hijos del primer matrimonio fue la razón para que, como cosas sin valor, fueran repartidos entre amistades. No podían esperar un trato privilegiado. Servir a los anfitriones era el destino. Soportar abusos y desmanes. Vivir conformes...
Un telegrafista era un hombre importante. En cualquier pueblo su autoridad solo estaba por debajo de la del Jefe Civil y la del cura. A caballo llegó José Angel a Borojó y a caballo, con Carolina en la grupa abandonó el pueblo. Severiano Piña, padrino de la aún adolescente les ubicó en Capatárida. No pudo hacer nada. Ya los amantes eran esposos...
Mantener una posición en la época era difícil. Lograr ser telegrafista con permanencia en una ciudad significaba ser incondicional con el jefe. Ser gomecista. Mi padre no reunía esas condiciones. En los términos coloquiales falconianos era el gallo pelón de la familia. Una especie de Juan Charrasqueado. Peleón, parrandero, jugador y bebedor. Guitarrista y cantante. Mago. Prestidigitador. Media Venezuela la recorrió en su trabajo de telegrafista. Tucupita, Calabozo, El Consejo, Macanilla... Era época de pequeños alzamientos y había que cargar los equipos en el hombro para evitar que los hombres de la revolución se apoderaran del telégrafo. Mas nunca regresaron a Borojó. La familia se disgregó y no pudo reunirse.
Había para la época un famoso noticiario radial. Panorama Universal era su nombre. Con el estilo del momento se radiaban grandes y pequeñas noticias. Mi madre oía las emisiones matutinas y vespertinas. Era un sábado en la mañana. Mi padre acostumbraba dictarme trozos de textos para después, con su dedicado amor hacia el hijo único, hacerme las necesarias correcciones. Sorprendidos quedamos ante los gritos de mi madre. Una breve noticia en el noticiario daba cuenta del nombramiento de Severiano Piña como Juez de Borojó. Él debía tener noticias de la familia desunida... Un rápido telegrama a Borojó obtuvo la rápida repuesta de Severiano. Si sabía donde estaba Mercedita, la hermana de mi madre. Vivía a corta distancia de Borojó, en las afueras de San José de Seque. Con premura se iniciaron los arreglos para el viaje. Intercambio de cartas... compra de regalitos y no más ah mundo... Pronto estaríamos allí.
Afirmaba mi padre que ni a tiros se montaba en un avión pero para complacer a mi madre nos envió por ese medio de transporte a Coro. El se fue por tierra. Un DC3 en algo así como una hora nos puso en Coro. Allí conocí mi poca familia paterna que aun vivía. Luis Hermoso Galán. Su madre Juanita. Las Hernandez. Tana... Pero se presentaba un problema: ¿Cómo llegar a San José de Seque?. No existían carreteras. Apenas hasta Sabaneta existía una vía engranzonada. De allí en adelante solo picas de tierra. Para remate, estabamos en época de lluvias y las vías eran prácticamente intransitables. La solución fue el diario La Mañana. Estaba recién fundado, llenando un vacío en la información falconiana. El analfabetismo reinaba en el estado y no podía ser optimista el heroico fundador del tabloide en cuanto a lograr un gran tiraje. Simple vocación de servicio. Pero la ambición era lograr una circulación en todo el estado y fue esa ambición la que permitió culminar nuestros anhelos. La Mañana era enviada a los pueblos del occidente de Falcón, dos veces a la semana en un vehículo híbrido, mitad autobús y mitad camión que recorría los intrincados caminos para cumplir su cometido, además de repartir algo de correo, ciertas mercancías y trasladar un limitado número de pasajeros. Muy de madrugada, al frente de las oficinas de La Mañana lo abordamos. Su conductor era el señor Luna. Honor a su memoria. Era una especie de caballero que en lugar del caballo conducía un automotor. Decente y servicial. No limitaba su labor al simple manejar. Procuraba en lo inhóspito del medio, lo mejor para sus pasajeros. Sin que fuese su obligación llevaba una provisión de agua potable y sin interés alguno nos conducía a los mejores sitios donde satisfacer nuestras necesidades alimenticias. Amaneciendo llegamos a Sabaneta. Y allí comenzó mi aventura que se hizo inolvidable. Lo que hoy día es apenas un hilillo de agua, fue el primer obstáculo. Creo que era el río Pecaya o el Mitare quien impedía el paso. Unos arreos de bestias y un par de camiones esperaban que bajara su caudal para cruzarlo. Río revuelto ganancia de pescadores y a su orilla algunos habitantes de la zona habían instalado sus restaurantes ambulantes. Arepas peladas –no habían otras- queso de cabra, chivo en varias formas, marrano, desplegaban el aroma de sus sazones e invitaban a una verdadero orgía gastronómica. Así lo hicimos durante las siete u ocho horas de tardó la espera. Existían - hoy oficio desaparecido- los prácticos. Se denominaban así a unos personajes que cuando el río rebajaba su caudal guiaban a las bestias y vehículos por los sitios que con mayor facilidad permitieran cruzar el río. Con esa ayuda continuamos nuestra travesía. Urumaco, Zazárida y Capatàrida, nombres con sabor a indio, fueron nuestros lugares de paso. Se entregaba La Mañana que aunque con un par de dias de atraso era ávidamente solicitada. Reparto de encomiendas. El jefe de correos recibía su valija y el viaje continuaba. Dormíamos donde nos agarraba la noche pero siempre en algún caserío o hato. La amabilidad del falconiano se hacía presente. Recuerdo los deliciosos bizcochuelos hechos en el horno de barro que todo casa tenía en su parte trasera, la conserva de leche de cabra endulzada con papelón y como olvidar los opíparos desayunos en los cuales no faltaba el queso de cabra y el chicharrón de marrano, trasegados con lo que denominaban “café de leche” que consistía en colar el café con leche de cabra caliente en lugar de agua. Al cuarto día de haber salido de coro, después de innumerables atascamientos, lluvias continuas, instalar y desintalar cadenas en las ruedas del vehículo para mejorar la tracción, llegamos a Dabajuro. Aún gozaba del prestigio de la industria petrolera. Tenía interesantes casas que daban a entender la existencia de cierta prosperidad y para nuestra sorpresa pero no para mi desencanto, contaba con un aeropuerto al cual una vez a la semana llegaban vuelos comerciales. No lo recuerdo muy bien, pero debo haber rezado para dar gracias a Dios que mis padres no se enteraron de ello, privándome de lo que siempre consideré mi mayor aventura. De allí a Borojó fue un salto y eso sería cuento para otra ocasión...


José Hermoso Sierra

No hay comentarios:

Publicar un comentario