jueves, 10 de noviembre de 2011

JAVIER MARIAS Y LOS ANCIANOS

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA


La perversión de viejos



"Uno pone la televisión y los oye contar groserías. Los ve haciendo el ganso y el idiota por doquier"

Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre los sinsabores y lacras de la vejez, al parecer incontables y desde luego infinitamente mayores que sus ventajas. Entre estas últimas destacaban sobre todo tres: sabiduría, respeto de los más jóvenes y la llamada "dignidad de las canas". La primera hace ya tiempo que se comprobó o reconoció que no existía, es decir, que, o bien estaba ya en cada persona antes de alcanzar la ancianidad, o no hacía acto de aparición con los años, así, como por ensalmo. Y es más, a medida que uno los va cumpliendo, no es raro descubrir que sus certezas menguan, lejos de crecer. Quizá en eso consista en parte la sabiduría, en dudar y ver más matices y más penumbras, pero francamente, de ser así, se trata de una sabiduría poco útil y desconcertante, si es que no descorazonadora, porque uno la asociaba siempre con la idea de mayores discernimiento y claridad. En cuanto al respeto, eso desapareció de nuestra faz de la tierra cuatro o cinco décadas atrás, y su falta no ha hecho sino ir en aumento. De la manera más contradictoria que cabe imaginar, cuanto mejor se conserva la gente y más le tarda en llegar la verdadera ancianidad, no la del calendario; cuanto más longeva es la población y más le dura la plena posesión de sus facultades, antes se la considera "vieja" para lo que realmente importa: para trabajar, para intervenir, para aconsejar y traspasar su experiencia. Hay numerosas personas a las que se prejubila con cincuenta años o menos, y lo habitual es que, con esas edades, nadie les ofrezca ya un nuevo empleo. A muchos de esos individuos los aguardan tres decenios o más de estar mano sobre mano, aburridos e insatisfechos, sintiéndose casi parásitos de la sociedad.

El pretexto para semejante disparate (y a menudo humillación) es que hay que hacer hueco a los jóvenes. Pero hoy son precisamente los jóvenes quienes se ven más faltos de oportunidades, con trabajos muy precarios y mal pagados, o sin perspectiva, siquiera, de ir a conseguir ninguno, de poderse estrenar en el mundo laboral. Uno se pregunta a veces quién diablos está ocupado y "produce" en nuestro país, y cómo es que a esa especie en aparentes vías de extinción, en vez de protegerla y tratarla con mimo las autoridades varias, todas ellas la machacan a diario y procuran por todos los medios impedirle ejercer su tarea. Pero esto sería asunto de otro artículo, aunque ya creo haber dedicado alguno a la cuestión.

Volvamos a la tercera supuesta ventaja de la vejez, la dignidad de las canas, por seguir con la expresión clásica. Eso es algo que, con excepciones, también se ha procurado desterrar, mediante lo que llamaría la perversión o corrupción de los ancianos, algo en verdad novedoso. Corrupción de menores y de la juventud siempre ha habido, pero ¿de los viejos? Una de las características de esta época haragana y reacia al esfuerzo es la tendencia a persuadir a todo el mundo de que no tiene que avergonzarse ni arrepentirse de nada y ha de estar muy orgulloso de como es. Tradicionalmente las personas poseían cierta conciencia de sus limitaciones, defectos o imperfecciones, y buscaban ponerles remedio si era posible, o si no disimularlos, nunca exhibirlos. El ignorante intentaba dejar de serlo; el zafio observaba y aprendía a comportarse; el inmensamente gordo adelgazaba o se vestía con ropas que no hicieran resaltar su obesidad, sino que la atenuaran; el demasiado peludo no iba por la calle con una camiseta sin mangas, y quien padecía unas carnes fláccidas no las enseñaba. La prédica actual es que no hay por qué esconderse ni sentir el menor pudor (esa noción anticuada y "represora"). La propaganda vigente es la de los brutos, que siempre han existido pero no eran predominantes: "¿Qué pasa? Soy así, y a mucha honra. Soy ignorante, soy zafio, soy una foca, soy un orangután, soy un pellejo colgante, y como tal me exhibo, orgulloso de mi ser".

Era natural que a los viejos se los convenciera de lo mismo, es decir, se los pervirtiera. Yo he tratado con muchos, de los dos sexos, y si algo tenían todos era una enorme dignidad, independientemente de su educación. Y sentido del ridículo, y conciencia de lo que no se adecuaba a su edad. Casi todos vestían con esmero, pulcritud o incluso elegancia. Pocos soltaban un taco, la mayoría mostraba serenidad, y ninguno hacía el ganso. Ahora se los ha convencido de que deben ir cómodos y "modernos", de que la edad es sólo un "estado mental" y de que por lo tanto conviene juvenilizarse o infantilizarse hasta la misma puerta del ataúd. Uno pasea por las calles de nuestras ciudades y ve de continuo a vejestorios con pantalones cortos y camisetas criminales con lemas, o luciendo bajo techado estúpidas gorras de baseball con la visera hacia atrás; a rotundas matronas mostrando el inencontrable ombligo entre lorzas o exhibiendo muslos elefantiásicos. Pone la televisión y los oye contar con regocijo groserías y obscenidades impropias hasta en adolescentes, no digamos en ellos. Los ve haciendo el ganso y el idiota por doquier. Los ve intentando ligar patéticamente, cuando otra de las ventajas que se presuponían a la vejez era que hombres y mujeres podrían descansar por fin de la fatigosa tarea de "impresionar" a los del otro sexo y, consecuentemente, de hacer el memo (todos hacemos el memo cuando nos a aplicamos a eso, a cualquier edad). Sí, a los viejos actuales se los ha pervertido y con ello se los ha condenado al bochorno, una de las pocas cosas de las que -en medio de sus sinsabores- solían estar a salvo.

lunes, 29 de agosto de 2011

RICARDO ARJONA

ARJONA Y EL MACHISMO ENCUBIERTO

Joisedy Hermoso Márquez
lunes, junio 27, 2011


Anoche estaba viendo "Quien quiere ser millonario", cuando uno de los participantes se equivoco al responder una de las preguntas que tenia que ver con el cantante Ricardo Arjona. Recorde que tenia canciones de él en mi ipod y actualmente me encuentro escuchandolas mientras escribo este post, hago mi trabajo y tomo un poco de té (multitasking, yes!). Mi conclusión es que Arjona debe dejar el tópico femenino de lado. El es un tipo que se cree que es liberal y comprensible, pero que en realidad es un machista sensiblero. ¿Por qué digo esto? A ver…Yo creo que las canciones de Arjona ponen al descubierto lo dura que es la sociedad contemporánea con el cuerpo de la mujer.

Ya desde hace años me preguntaba, cuando escuché por primera vez "Señora de las cuatro décadas", ¿Por qué se da por hecho que una mujer de cuarenta se tiene que sentir halagada por que un tipo le dice, Bueno, tienes barriga pero igual me gustas? Si yo le escribo una canción a un cuarentón diciéndole que no importa que se crea de 20 y se llene de tatuajes, ¿cómo se lo tomaría? Y ni hablar de si hiciera una canción que dijera “Bueno, se te cae el pelo pero yo te quiero igual”. ¿Sería un hit?

Para colmo, el otro día iba en el autobus y escucho la canción en la que tiene como tópico la menstruación. “Si es natural cuando eres dama que pintes rosas en la cama”.estuve a punto de ahorcarme en el tubo del autobús. “De vez en mes, una cigüeña se suicida”… porque lo escucha cantar.

Tampoco entiendo a la chica de la canción “Tu reputación”. Después de haber tenido muchos amantes y haberla pasado tan bien, cómo se quedó con uno que le dice que “yo sabiendo que merezco un mejor partido, dime quién puede contra Cupido” y se atreva a rematar con: “Si otros han sido tu escuela, yo seré tu graduación, cuando incluyas en la cama al corazón”. Qué cursi, mamá. Es perdonable si lo cantara un adolescente, a los 16 algo así se podría decir sin culpa y quizá hasta pase por tierno, pero ya estamos grandes.

Arjona es obsecuente... Un adulador, y los hombres que escuchan sus canciones me dan miedo, porque esa es una postura que esconde el peor de los machismos, el machismo encubierto. Fijense que en realidad en esta selección de canciones prevalece una posición de juez. La pregunta es ¿alguna le pidió su aprobación?

Por suerte hoy en día, vivimos los procesos con más naturalidad, disfrutamos de nuestro cuerpo en todas sus etapas y también de la sexualidad sin tanta culpa como otras generaciones. En fin, de a poco usamos más de nuestra capacidad de elección, lo suficiente como para poder elegir entre los que escuchan Arjona y los que no. Y aunque no nos volvemos monstruos “de vez en mes”, que no me pongan ninguna de sus canciones cuando estoy con el síndrome premenstrual, porque se me van a revolver los apellidos.

lunes, 27 de junio de 2011

ESTADOS UNIDOS DESTINADOS POR LA...

CARTA AL SEÑOR CORONEL PATRICIO CAMPBELL,
ENCARGADO DE NEGOCIOS DE SU MAJESTAD BRITANICA


Guayaquil, 5 de agosto de 1829


Mi estimado coronel y amigo:

Tengo la honra de acusar a Vd. el recibo de la apreciable carta de Vd. de 31 de mayo fecha en Bogotá.

No puedo dejar de empezar por dar a Vd. las gracias por la multitud de bondades que Vd. derrama en toda su carta hacia Colombia y hacia mí. ¿Cuántos títulos no tiene Vd. a nuestra gratitud? Yo me confundo al considerar lo que Vd. ha pensado, lo que Vd. ha hecho desde que está entre nosotros por sostener el país y la gloria de su jefe.

El ministro inglés residente en los Estados Unidos, me honra demasiado cuando dice que espera en Colombia sola, porque aquí hay un Bolívar. Pero no sabe que su existencia física y política se halla muy debilitada y pronta a caducar.

Lo que Vd. se sirve decirme con respecto al nuevo proyecto de nombrar un sucesor de mi autoridad que sea príncipe europeo, no me coge de nuevo, porque algo se me había comunicado con no poco misterio y algo de timidez, pues conocen mi modo de pensar.

No sé que decir a Vd. sobre esta idea, que encierra en sí mil inconvenientes. Vd. debe conocer que, por mi parte, no habría ninguno, determinado como estoy a dejar el mando en este próximo congreso, mas ¿quién podrá mitigar la ambición de nuestros jefes y el temor de la desigualdad en el bajo pueblo? ¿No cree Vd. que la Inglaterra sentiría celos por la elección que se hiciera en un Borbón? ¿Cuánto no se opondrían todos los nuevos estados americanos, y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad? Me parece que ya veo una conjuración general contra esta pobre Colombia, ya demasiado envidiada de cuantas repúblicas tiene la América. Todas las prensas se pondrían en movimiento llamando a una nueva cruzada contra los cómplices de traición a la libertad, de adictos a los Borbones y de violadores del sistema americano. Por el Sur encenderían los peruanos la llama de la discordia; por el Istmo los de Guatemala y Méjico, y por las Antillas los americanos y los liberales de todas partes. No se quedaría Santo Domingo en inacción y llamaría a sus hermanos para hacer causa común contra un príncipe de Francia. Todos se convertirían en enemigos sin que la Europa hiciera nada por sostenernos, porque no merece el Nuevo Mundo los gastos de una Santa Alianza; a lo menos, tenemos motivo para juzgar así, por la indiferencia con que se nos ha visto emprender y luchar por la emancipación de la mitad del mundo, que bien pronto será la fuente más productiva de las prosperidades europeas.

En fin, estoy muy lejos de oponerme a la reorganización de Colombia conforme a las instituciones experimentadas de la sabia Europa. Por el contrario, me alegraría infinito y reanimaría mis fuerzas para ayudar en una obra, que se podrá llamar de salvación y que se conseguiría no sin dificultad sostenidos nosotros de la Inglaterra y de la Francia. Con estos poderosos auxilios seríamos capaces de todo, sin ellos, no. Por lo mismo, yo me reservo para dar mi dictamen definitivo cuando sepamos que piensan los gobiernos de Inglaterra y de Francia sobre el mencionado cambio de sistema y elección de dinastía.

Aseguro a Vd., mi digno amigo y con la mayor sinceridad, que he dicho a Vd. todo mi pensamiento y que nada he dejado en mi reserva. Puede Vd. usar de él como convenga a su deber y al bienestar de Colombia. Está es mi condición, y en tanto reciba Vd. el corazón afectuoso de su atento obediente servidor.
Bolívar

domingo, 26 de junio de 2011

LA CARTA





Fanny Dervieux du Villars


PONENCIA PRESENTADA POR EL PROFESOR ARGENIS MENDEZ ECHENIQUE, DELEGADO DE LA SOCIEDAD BOLIVARIANA DEL ESTADO APURE, ANTE LA SOCIEDAD BOLIVARIANA DE CARTAGENA DE INDIAS, REPÚBLICA DE COLOMBIA, EL DÍA 1º DEL MES DE OCTUBRE DEL AÑO 2007.



Mi triple condición de bolivariano, docente e investigador del devenir histórico de mi patria me ha llevado a buscar documentación sobre la veracidad de un texto que vincula sentimentalmente los días postreros de la vida del Libertador Simón Bolívar con la dama francesa Fanny Dervieux du Villars, supuestamente su prima, a quien había conocido en París hacia el año 1804. Atendiendo a esta motivación y a la presente gira bolivariana, se pretende vincular tres ciudades del Atlántico colombiano con los últimos días de Bolívar y el mencionado texto: Cartagena – Barranquilla y Santa Marta. En el caso de Cartagena no hay que olvidar la alta estima que siempre tuvo por ella, hasta el extremo de decir en 1827:” Cartageneros, si Caracas me dio la vida, vosotros me distéis gloria”. El primer documento público de carácter internacional del Libertador fue su célebre “Manifiesto de Cartagena”, escrito en 1812.
El documento a que hemos aludido al principio es el siguiente:


“Querida prima:
¡Te extraña que piense en tì al borde del sepulcro?.
Ha llegado la última aurora; tengo al frente el Mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieves impolutas como nuestros ensueños de 1803, por sobre mi, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz…
Y tú estás conmigo, porque todos me abandonaron; tú estás conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia.
¡Adiós, Fanny!.
Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó la tuya en las horas del amor, de la esperanza y de la fe; esta es la letra que iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; esta es la letra escritora del Decreto de Trujillo y del mensaje al Congreso de Angostura…
¿No la reconoces, verdad?.
Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con sus dedos despiadados la realidad de este supremo instante. Si yo hubiera muerto en un campo de batalla dando frente al enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera.
Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor, presa de infinitas amarguras. Te dejo el recuerdo de mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos.
¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda?.
Estuviste en mi alma en el peligro; conmigo presidiste los Consejos de Gobierno; tuyos fueron mis triunfos y tuyos mis reveses, tuyos también mi último pensamiento y mi pena postrimera.
En las noches galantes del Magdalena vi desfilar mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú, porque tú flotabas en mi alma ornada por las níveas castidades.
A la hora de los grandes desengaños ,a la hora de las últimas congojas, aparece ante mis ojos moribundos con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes, me hablas y en tu voz escucho las dianas de Junín y Bomboná.
¿Recibiste los mensajes que te envié desde la cima del Chimborazo?.
Adiós, Fanny, todo ha terminado como ilusión seráfica señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío.
Santa Marta, 16 de diciembre de 1830”.

El más exhaustivo estudio que conocemos sobre este tema es el realizado por el intelectual caraqueño Roberto José Lovera de Sola (1946), “La carta apócrifa de Fanny du Villars”, insertada en su libro La Larga Casa del Afecto (Ediciones de la Presidencia de la República. Biblioteca Antonio José de Sucre. Caracas, 2000; pp. 92 – 107).
Lovera analiza críticamente la carta publicada como introducción en las Obras Completas (Caracas, Fundarte, 1994) del desaparecido poeta trujillano Víctor Valera Mora (1935 – 1984) y su juicio al respecto es demoledor. Sus numerosas observaciones, sustentadas en las opiniones de auténticas autoridades sobre el tema bolivariano, como Vicente Lecuna, Manuel Pérez Vila, Manuel Pinto Cuberos y Tomás Polanco Alcántara, son bastante valederas:
1- La hasta ahora considerada por todos los estudiosos como la verdadera última carta de amor de Bolívar, redactada de su puño y letra, fue la que le dirigió el día 11 de mayo de 1830 a su adorada Manuelita Sáenz, desde Guasduas, y se conserva en el Archivo de la Casa Natal del Libertador, en Caracas (Vol. 170, fol. 163). Sin embargo, en el libro Las màs hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón…, editado el año pasado, 2006, por la Fundación Editorial El Perro y la Rana, se localizan otras tres misivas más recientes, siendo la última la fechada en Turbaco el día 02 de Octubre de 1830, dirigida a Manuelita.
2- La supuesta carta de Bolívar a Fanny en diciembre de 1830 fue publicada por primera vez hacia el año 1925 en Barranquilla, Colombia, y tiene fecha 16 de diciembre de 1830., no 06 de diciembre como se lee en la obra póstuma del “Chino” Valera Mora.
3- La mayoría de las investigaciones realizadas sobre la veracidad de la misiva en referencia concluyen, por su estilo e incongruencias históricas, en que no fue escrita por Bolívar; si no que fue elaborada por otra persona un siglo después de desaparecido el héroe.
4- La autoría de esta controversial epístola es atribuida al Doctor LUCIANO MENDIBLE CAMEJO (San Fernando de Apure, 25 de Julio de 1875 – Caracas, 24 de diciembre de 1940), abogado apureño que la publicó con el título de “La última Carta del Libertador”, hacia 1925, en el Diario del Comercio, de Barranquilla, ciudad en la que se encontraba exiliado. El Doctor Mendible se desempeñaba como Presidente del Estado Guárico cuando en diciembre de 1908 Juan Vicente Gómez, Vice-Presidente de la República, dio al traste con el mandato presidencial de Cipriano Castro, y no aceptando estos hechos fue Mendible el primero en alzarse en armas contra el nuevo régimen (“Revolución de la Mendiblera”), pero no encontrando apoyo en Guárico ni en Apure decidió irse al exilio, en que permaneció hasta 1936, una vez desaparecido el dictador de La Mulera.
5- Esta supuesta carta de Bolívar a su amante francesa fue publicada por primera vez en Caracas en 1933 (Tipografía Universal), por el señor FÉLIX R. FRAGACHAN, insertada en la obra Paso… a su Excelencia El Libertador. En 1958 fue editada en Lima, Perú, con el sello del Ministerio de Guerra, por Evaristo San Cristóbal, en el libro Vida Romántica de Simón Bolívar, y así fue divulgándose por diversos lugares de América y el mundo. El crítico Lovera deduce que la carta incluida en la obra de Valera Mora fue tomada del libro de Fragachán, modificándosele la fecha y algunas partes del texto.
6- El primero en denunciar el fraude epistolar fue DON VICENTE LECUNA (1870 – 1954), quien tuvo conocimiento de la publicación del documento al poco tiempo de su salida a la luz pública en el Diario del Comercio, de Barranquilla y protestó el hecho dirigiendo una nota al editor del periódico (don Abel Carbonell), donde le da suficientes razones para que procediese a enderezar el entuerto literario.
El Doctor Mendible, responsable de la publicación, escribió a Carbonell el día 23 de abril de 1925 una justificación tratando de evadir el asunto de la veracidad del documento. En un párrafo de su respuesta expresa: “Como el señor Lecuna hace parte distinguida e importante de un sistema político en que según él deben estar en uso, por no decir de moda, “el estilo y las ideas de Bolívar”, le sería seguramente fácil aplicar su ya avezado criterio a una materia relativamente más pequeña y sencilla, cual es la que ofrece la carta del Héroe que se fue del mundo, como el cisne lanzando un gemido inmortal”.
Esta justificación la publicó después Mendible en su libro Treinta Años de Lucha (caracas, Cooperativa de Artes Gráficas, 1941), donde recoge sus experiencias de exiliado. Años más tarde el historiador venezolano Don Manuel Pinto Cuberos escribió sobre el mismo tópico, “Una misiva fabricada”, en el diario caraqueño La Esfera, mayo 04 de 1956, y su opinión corrobora lo expresado por Lecuna y señala: Las relaciones del Libertador con Fanny no trascendieron casi en el ánimo de él”. Ese mismo artículo es publicado en la Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Nº 51. 1956; pp. 203-208.
7- El Doctor Mendible al regresar a Venezuela en 1936 de su largo destierro se entrevistó en Caracas con Lecuna y le confesó su “pecado”, en presencia de testigos (don Elías Pérez Sosa), quedando definitivamente establecido que la famosa carta no la escribió Bolívar.
8- Los argumentos de Lovera de Sola son bastante contundentes:
a) El estilo en que fue redactada la carta no es el de Bolívar: “la carta está llena de torpezas, falsedades históricas y modos de mirar el medio que no fueron propios de él”. El texto es una especie de paráfrasis o transposición, en prosa, de un celebrado poema del venezolano Andrés Mata (1870-1931), titulado ”Don Juan en Santa Marta”, publicado inicialmente en la famosa revista caraqueña El Cojo Ilustrado, el 15 de noviembre de 1908.
b) Otra fuente evidente de la carta es la fraseología utilizada por Bolívar en su última proclama, fechada en Santa Marta el día 10 de diciembre de 1830.
c) El original de la supuesta carta a Fanny no existe, lo que impide realizar una crítica interna y externa de la misma. Sin embargo, se puede hacer un estudio analítico mediante dos mecanismos: uno, comparando la escritura de aquel texto con las formas que Bolívar utilizó siempre; y otro, contrastando las otras cartas amorosas del Libertador con la que escribió el Doctor Mendible. Por lo menos se conocen quince o más cartas de Bolívar a Manuelita. Su estilo es muy característico e inconfundible, como señala Lecuna: rotundo, preciso, claro, vigoroso, espontáneo y los conceptos expresados con propiedad.
d) En cuanto a la relación Bolívar – Fanny du Villars:
-Se llamaban primos por un lejano parentesco por la rama de los Aristiguieta.
-Se conocieron en París a mediados de 1804 y dejaron de verse en 1806, cuando Bolívar regresa a Venezuela. No volvieron a verse más nunca.
-En 1820, Fanny reanuda la comunicación epistolar con Boívar (carta del 18 de junio), cuando ya éste era una figura destacada de la política mundial. Le envía nueve cartas, de las cuales Bolívar solo le contestó una sola, como se lo recrimina ella misma en misiva del 20 de julio de 1822.
-La unión afectiva entre Bolívar y Fanny solo se conoce por la carta que ella le envía el 06 de abril de 1826, donde le expresa: “He tenido y tengo la creencia de que Ud. me amó sinceramente”. Pero esta aseveración suya no tiene respuesta por parte del Libertador que ayude a precisar el vínculo afectivo que existió entre ellos.
Sin embargo, existen dos referencias de 1828 y 1830 sobre Fanny, ambas fechadas en la ciudad de Cartagena, que vinculan a ambos personajes (Ver a Lovera de Sola): la primera está fechada el 25 de septiembre de 1828 y es la comunicación que le envió a Bolívar su edecán Belford Hinton Wilson (1804 – 1858), que estaba próximo a viajar a Europa, quien en un párrafo le dice: “Siempre que vaya a París haré una visita en nombre de Vuestra Excelencia a Madame du Villars y aquí he procurado informarme de un amigo de ella el lugar de su residencia para este objeto, si Vuestra Excelencia no dispone otra cosa” (Memorias de O’Leary. Tomo 12; p. 84). Y la otra es la correspondencia que Bolívar mismo le dirige a su primo José Leandro Palacios el día 14 de agosto de 1830 informándole que el señor Lasca lleva un retrato suyo para ella. Este retrato fue elaborado por el pintor italiano Antonio Meucci y, según informa, Lovera, fue conservado por los descendientes de Fanny por mucho tiempo. Hoy forma parte de la Colección Bolivariana de don Alfredo Boulton, en Caracas.

NUESTRAS CONCLUSIONES.

1- LA CARTA ES APÓCRIFA. Nuestros argumentos se basan en el estado de salud física y mental del Libertador para el momento en que se supone escribió la famosa misiva. Si se lee con detenimiento el diario elaborado por el Doctor Alejandro prospero Reverend (1796 – 1881), el médico de cabecera del Libertador, y se sigue paso a paso la evolución de la enfermedad terminal de Bolívar, se deduce que desde el primer día de su llegada a Santa Marta ya mostraba los graves síntomas de su padecimiento. El primer Boletín del Doctor Reverend (1º de diciembre de 1830. ocho de la noche) señala: Finalmente la enfermedad de S.E. me pareció ser de las más graves, y mi primera opinión fue que tenía los pulmones dañados..”. El día 14 anota, Boletín Nº 20, a las once de la mañana: “El Libertador se va empeorando más. El pulso, de regular que estaba a las ocho, se ha vuelto deprimido. Los extremos se mantienen fríos. Un sopor casi continuo se ha apoderado de S.E.[negritas de ame] El semblante está muy abatido, y pronostica la proximidad de la muerte”. Como se deduce el Padre de la Patria no estaba en capacidad mental para elaborar ningún escrito y eran escasos sus momentos de lucidez. En sus delirios llamaba angustiosamente a sus amigos, parientes y compañeros de armas, vivos y muertos: Sucre, Urdaneta, Silva, Carreño, Montilla, Fernando, María Antonia. El Boletín Nº 30, del día 16 de diciembre, a la una de la tarde, nos reafirma en nuestro criterio: “S.E. va siempre declinando, y si vuelven las fuerzas vitales a sobresalir alguna vez, es para decaer un rato después; finalmente es la lucha extrema de la vida con la muerte…”. Diego Carbonell (1884 – 1945), reputado médico venezolano y bolivariano cabal, en su Psicopatología de Bolívar (1965, p. 175), al estudiar los boletines médicos del Dr. Reverend confirma el estado crítico de Bolívar el día 16: “La agonía debió comenzar el 16 de diciembre…”
2- Como expresa nuestro amigo Lovera de Sola, es penoso aceptar que el autor de la supuesta carta de Bolívar a Fanny du Villars en sus últimos momentos de vida fuese un personaje tan relevante como el Dr. Luciano Mendible, “un destacado ciudadano, una persona que ocupó un puesto de vanguardia en una de las más oscuras horas del devenir nacional. Por ello vivió largo destierro en Trinidad y en Barranquilla (1908 – 36), ya que él fue uno de los primeros en pronunciarse (diciembre 29 de 1908), como Presidente del Estado Guárico,…, en contra del golpe protagonizado por el General Gómez diez días antes”.

jueves, 23 de junio de 2011

OBRAS INEDITAS DE AUTORES FALLECIDOS

Las supuestas obras inéditas de los grandes autores fallecidos
RICARDO GIL OTAIZA EL UNIVERSAL
jueves 23 de junio de 2011 09:39 AM
Llama poderosamente la atención que cuando mueren los grandes autores de la literatura universal, casi por acto de magia suelen aparecer sus novelas inéditas, sus ensayos no publicados, sus poemas no conocidos, sus papeles perdidos, sus cartas desconocidas, las notas a los márgenes de los libros, y otros especimenes por el estilo. Pareciera, como dijo alguien por allí, que sólo requerimos morirnos para que aparezca de inmediato alguna obra inédita. Hace pocos días leí en Facebook que pronto saldrá al mercado una novela inédita del recientemente fallecido José Saramago. Por supuesto, la información al parecer la suministró su viuda, Pilar del Río, quien fungió como la traductora del escritor portugués a la lengua española, y de inmediato la noticia corrió como pólvora a través de las redes sociales y en otros medios. Es extraño, pero estoy leyendo en estos momentos El último cuaderno (Alfaguara, 2011), precisamente de José Saramago, y está conformado por los textos publicados por el autor en su blog desde marzo de 2009 hasta junio de 2010. A manera de presentación del tomo, Pilar del Río incluye un texto titulado Un regalo inesperado (muy significativo por cierto), en el que expresa que se trata de un "tesoro", "de una despedida". Si se trata de algo inesperado, ¿cómo es que ahora aparece una novela inédita?, ¿acaso no sabía su esposa y traductora de la existencia de esa novela desconocida por el gran público para el momento de escribir "Un regalo inesperado"? Perdónenme, pero hasta donde tenía conocimiento la última novela de Saramago es Caín (finales de 2009), por cierto, comentada en su génesis por el mismo autor en su blog, que pasó luego a ser El cuaderno (2009), en el que nos anuncia en su entrada del 30 de diciembre de 2008: "Estoy dándole vueltas a un nuevo libro". Luego agrega: "es sólo una palabra". No se necesita ser adivino para deducir que se trata de Caín. Si los cálculos no me fallan, es imposible que en las condiciones físicas en las que se encontraba el autor para el 2010 (año de su muerte), halla finalizado una nueva novela antes de mitad de año. En otras palabras y sin darle más vueltas al asunto, no me creo la especie de la novela inédita de Saramago, a no ser que hayan sucedido dos cuestiones (probables): que se trate de un texto frío dejado de lado por el autor y que por alguna razón no quiso publicar (si no lo quiso publicar seguramente es que lo consideraba un texto malo o mediocre, porque habida cuenta de su trepidante ritmo de escritura y publicación debió salir al mercado editorial en vida), o que fue escrita y finalizada por su esposa y traductora, quien dicho sea de paso conocía el estilo del autor más que el novelista mismo. Asumamos que se trata de la primera de las opciones. Igualmente deleznable, porque vulnera de algún modo ese "techo" de excelencia que Saramago imprimió a su obra. No se puede comparar este caso con el del autor chileno Roberto Bolaño, quien no pudo entregar al editor su última novela 2666 (2004), una verdadera obra maestra, porque la enfermedad no le dio tregua a su agotamiento físico, pero de algún modo los lectores sabíamos de la existencia de esa portentosa obra, y desde el momento de su fallecimiento Anagrama se apresuró a editarla, salvando los escollos de un libro gigantesco, que reúne varias novelas en una sola, aunque con una insólita autonomía interna. Igual consideración resulta para el libro Los sinsabores del verdadero policía (2011), que según su editor "Bolaño comenzó a escribir en los años ochenta y continuó redactando hasta su muerte". Cosas de viudas (y de descendientes) diría yo, porque son frecuentes los casos de autores relevantes que la dan por publicar después de muertos. Echemos un vistazo antes de cerrar el artículo a esta pequeña lista: Literatura y vida de Augusto Monterroso, Lagartija sin cola de José Donoso, Los reyes de la baraja y 1998 de Francisco Herrera Luque, Textos recobrados de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, papeles inesperados, El diario de Montpellier de Denzil Romero, Clave histórica de Mérida de Tulio Febres Cordero, y un largo etcétera.

domingo, 19 de junio de 2011

LA DIFICULTAD DE SER ATEO



Juan Nuño







Es una típica españolada, pero se la atribuyen nada menos que a Buñuel, quien ante la impertinente pregunta solía responder que el era ateo, gracias a Dios. Lo curioso es que hay más verdad que chiste en la boutade: porque solo creyendo en Dios de alguna manera se puede ser consecuentemente ateo. En efecto: el ateo pierde tiempo y esfuerzos tratando de demostrar lo indemostrable: que Dios no existe. Igual que el creyente racionalista, pues lo mismo es esforzarse en probar la existencia de Dios que intentar hacerlo con su inexistencia. No hay que escandalizarse ni pensar que se trata de ningún problema oscuro. Más sencillo no puede ser.
En principio, no se prueba la existencia de nada. Si acaso, se postula la existencia de algo, que es muy distinto, es decir, se parte del hecho mondo y lirondo de lo que existe y, si no existe, mal podrá tomarse como punto de partida. Querer demostrar su existencia es tanto como darle la vuelta: partir de cero para llegar a la existencia de lo que se quiere probar. Un absurdo. Lo que existe está ahí para ser tomado en cuenta, no es un tesoro oculto que haya que buscar con métodos especiales. Por eso pierden su tiempo los probadores de la existencia de Dios. Si así lo creen, que partan de ahí, pero sólo como creencia, ya que su prueba, además de imposible, no tiene el menor sentido. Sería como querer probar la existencia del unicornio o del caballo alado: existen en tanto seres de ficción y todo es cuestión de saber limitarse a ese tipo de existencia. Algo similar sucede con la nación de un ser supremo. Donde puede verse que aún es más absurdo por no decir ridículo, pretender probar su inexistencia, que es el empeño y manía del ateo. Ateos y deístas se dan la mano en aceptar alga para luego querer probar su existencia o su inexistencia.
Por eso, como advertía Tierno Galván, el «viejo profesor», conviene no confundir ateísmo con agnosticismo. El ateo cree, el agnóstico, no, que si los ateos no creyeran no perdieran el tiempo en impugnar a Dios. El agnosticismo es, por el contrario, en un sentido más radical y, en otro, más neutro. Es más radical porque va al fondo del asunto, al no aceptar creencias de ese tipo, pero es neutral al declarar que el Señor en cuestión lo mismo puede existir que no existir: el agnóstico ni siquiera se pronuncia sobre el punto. Simplemente, no pierde su tiempo en semejante asunto. Por eso resultan patéticos los esfuerzos de los ateos profesionales y militantes, como los comunistas, por desarraigar las creencias religiosas. Primero, porque se equivocan de objetivo: el ateísmo es una doctrina que argumenta en contra de una determinada existencia, no es una posición neutral, arreligiosa, sino todo lo contrario: profundamente religiosa en su creencia de que Dios no existe. Pero también porque supone que va a quitar con argumentos lo que sólo son irracionales creencias. Los resultados están a la vista.
Tómense los dos extremos de Europa (no sólo geográfico): España y la Unión Soviética. España, tras cuarenta largos años de catolicismo integrista y prepotente, presenta el índice más alto de irreligiosidad de toda Europa. En la Unión Soviética, después de setenta años de ateísmo militante y agresivo, un 60% de su población se declare creyente: setenta millones de ortodoxos, diez millones de católicos, cuatro de protestantes y sesenta millones de mahometanos, sin contar a los díscolos judíos. La lección es brevísima: nada como el ateísmo para que florezca la religión, siendo la inversa no menos verdadera: nada como la religión para despegarse de ella y llegar a pensar por cuenta propia.

BOLIVAR SEGUN MARX


Este texto de Marx, sobre Simón Bolívar, fue descubierto en 1935 por Aníbal Ponce en los archivos del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, y tras ser traducido, fue publicado por primera vez en castellano en la revista Dialéctica de Buenos Aires en 1936. Charles Anderson Dana, director del “New York Daily Tribune”, le reclamó a Marx por el “tono prejuicioso” con que había escrito un ensayo biográfico sobre Simón Bolívar que, a pedido de Dana, fue redactado para el tomo III del “New American Cyclopaedia”, el cual circuló casi tres décadas después de la muerte del Libertador. En una carta fechada en Londres el 14 de febrero de 1858, Marx le escribió a Federico Engels comentando los reclamos de Charles Anderson Dana y escribió:: “En lo que toca al estilo prejuiciado, ciertamente me he salido algo del tono enciclopédico. Pero hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque". (Faustino I (Haití) 1782/1873) Presidente vitalicio de Haiti auto proclamado Emperador, gobernando entre 1849 y 1859). The New American Cyclopedyaconstaba de 16 volúmenes y fue editada por D. Appleton & Co entre (Ney York) 1857 y 1866. Sus editores fueron George Ripley y Charles A. Dana


Bolívar y Ponte. Apuntes biográficos sobre Simón Bolívar
Por: Karl Marx

BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el «Libertador» de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como emperador, hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en apariencia le dio buena acogida. Pero Bolívar no obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevamente, hasta que en setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela.

Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la que ocuparon inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos una noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: «Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda».

Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En compañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo. La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada.

Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación, logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La única resistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.

Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500 españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la mano, fue llevado en una media hora desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó «Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela» -Mariño había adoptado el título de «Dictador de las Provincias Orientales»-, creó la «Orden del Libertador», formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortaleza de Puerto Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un prolongado discurso «la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno». Se aprobó esta propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.

Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos en Aragüita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó de inmediato en el «Bianchi», junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de frases altisonantes.

Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde estaba reunido el Congreso de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan. En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de cañón de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.
Durante su estada de ocho meses en Kingston, los generales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brión. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Petión le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brión y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un congreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brión en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brión se hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía «exterminar a los tiranos» y «convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió «toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del « Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio». Los reproches y exhortaciones de Brión lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron in amistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brión logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.

Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante Brión lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brión, Zea, Mariño, Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brión, que detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado por Brión, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un «Consejo Supremo de la Nación», del que se nombró jefe, mientras que Brión y Francisco Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el «Napoleón de las retiradas», y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brión y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.

La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la expulsión definitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran «ejércitos que huían ante nuestras tropas victoriosas», no tenía por objetivo disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado. Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproximadamente 14.000 hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.

Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.

Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona, donde pasó más de dos meses en festejos y saraos. El 3 de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más.

En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya fuerza se reducía a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como «República de Colombia», promulgase una constitución para el nuevo estado -redactada por Roscio- y permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de O'Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada expedición de O'Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente la independencia de la república.

El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fue el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela -el combate naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello en julio de 1824- fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la expedición de O'Donnell, y el concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los colombianos.

El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez más con renunciar, prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Perú -1823-1824- Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringió sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias alto peruanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.

En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombianas destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los peruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invistieron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resistencia alguna.

En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra baña la república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente sus ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno, proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolívar, pero nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tras haber dimitido por quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio obligado a presentar su dimisión ya que se le dio a entender que esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.

Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato: «Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjuto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas.»

Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.

PAIS CIVIL O PAIS MILITAR

Aún conservo en mi modesta biblioteca el primer libro que recibí de mi madre. Ella, analfabeta hasta los 18 años aprendió a leer bajo la tutela de mi padre. Aquel decreto del anti héroe, Antonio Guzmán Blanco, con el cual creaba la educación gratuita no era más que un decreto populista. El venezolano era un analfabeta total y fue solo tras la muerte de Juan Vicente Gómez cuando se comenzó a erradicar el analfabetismo. Realmente en cada barrio, en cada pueblo y cerca de cualquier núcleo poblacional, se fundó una escuela. Quien no estudió fue porque no lo quiso hacer o porque su intelecto se lo impidió pero no por falta de institutos.

Ese primer libro que recibí, regalo de mi madre se titula Lecturas Venezolanas. Fue, como se lee en su contraportada “una colección de páginas literarias, de escritores nacionales, antiguos y modernos, con notas del recopilador Mario Briceño Iragorry”. Era una quinta edición, correspondiente al año 1949. Briceño Iragorry fue un intelectual trujillano, autor de diferentes obras cuyos títulos serían largos de enumerar. Don Mario, como se le conoce popularmente, había nacido en Trujillo el 15 de septiembre de 1897. Compañero en la universidad de Los Andes de otro gran hombre, Mariano Picón Salas, se graduó de abogado en 1920 pero inconforme con sus conocimientos se trasladó a Caracas, graduándose en la Universidad Central de Venezuela a mediados del año 1925 como Doctor en Ciencias Políticas. Historiador de primera línea fue uno de los pocos que reescribieron la historia de nuestro país, despojándola de “adornos” que siempre la falsearon. “Mensaje sin Destino” es considerada una de sus más importantes obras. Vale citar la opinión del profesor Pastor Cortés, en su ensayo “Perfiles de un Venezolano Ejemplar” ; "en el panorama literario tan solo se asemeja en su preocupación y angustia a "Cosas Sabidas y Cosas por Saberse" del ilustre Cecilio Acosta". En la obra se plantea el problema de la quiebra de los valores venezolanos y la necesidad de reconquistarlos. Es un alegato a la juventud para que recapacite y busque nuevos valores". Murió Briceño Iragorry en Caracas el 6 de Junio de 1958. Es epónimo de municipios, escuelas y también de la Biblioteca Pública del Estado Trujillo. Aunque han transcurrido más de 50 años, hoy día Mario Briceño Iragorry está de moda. ¿Y porque está de moda el ciudadano Mario Briceño Iragorry? Veamos:

“Que Mario Briceño Iragorry regaló el 19 de Diciembre de 1927, en un acto de lisonja al Dictador Juan Vicente Gómez, la mesa donde El Libertador firmó la Proclama de Guerra a Muerte, como lo denuncia el francés Francis Benet en su Obra Guía General de Venezuela, publicada en 1929. Hecho que puede considerarse como traición a la Patria por atentar contra el Patrimonio Histórico”. Así reza en alguno de sus “considerandos” el decreto número 277 emanado de la gobernación del Estado Trujillo fechado el 30 de julio del presente año. ¿Saben ustedes amigos lectores quien fue Benet? Para suerte mía también tengo una de sus obras. Fue una especie de “Valentina Quintero” que se dedicó en el año 1927 a recorrer nuestro país con el fin de compilar datos extremadamente minuciosos, llegando al extremo de citar quien era el criador de chivos o el zapatero de cualquier pueblito de nuestra geografía. Es una obra dividida en tres tomos, lujosamente encuadernados e impresos en Alemania. Ediciones similares, realizadas por otros autores se realizaron en toda Suramérica. ¿Y saben ustedes que es lo que escribe Benet en su obra? Copio textualmente: “Mesa donde se firmó el célebre decreto de “Guerra a Muerte” adquirida por el Dr. Mario Briceño Iragorry para el Benemérito General Don Juan Vicente Gómez”. Como reza el refrán; del dicho al hecho hay mucho trecho. No se trata de denuncia; se trata de reseña o mejor dicho, un simple pié de foto y lo que hizo Briceño Iragorry fue cumplir un mandato del Presidente.

El decreto contiene otro “considerando” y lo copio: Que Mario Briceño Iragorry fue Director de Política y por ende de la terrorífica represiva policía política: La Sagrada del Dictador Juan Vicente Gómez, policía terrorista que violó los derechos humanos del pueblo venezolano, principalmente de los estudiantes y que utilizó en las cárceles los cepos, grilletes y grillos para aniquilar millones (resaltado mío) de vidas,, así como defensor de la Leyenda Dorada.

¿Millones de muertos?. La guerra de independencia en su cálculo más exagerado, arrojó un total de 800.000 muertos entre civiles y militares. La guerra de la federación apenas superó en sus 5 años los 100.000 muertos y en 1826 la población de Venezuela estaba en unos 3.000.000 de habitantes ¿Millones de muertos? Eso si es tergiversar la historia o demostrar una ignorancia extrema

Pero a la Biblioteca había que ponerle otro nombre y para ello se escogió el del Doctor y General Antonio Nicolás Briceño. Este Briceño, tal vez familiar de Briceño Iragorry porque también nació en Trujillo fue un militar que luchó en los comienzos de la guerra de independencia destacándose por su patriotismo y ferocidad.

Las vidas de Simón Bolívar y Antonio Nicolás Briceño se cruzaron lejos del entorno independentista. Bolívar para el año de 1807, viviendo en su hacienda “La Fundación”, ubicada en San Francisco de Yare, con frecuencia visitaba a su prima María de los Dolores Jerez de Aristiguieta y Aguado, esposa del abogado y futuro coronel Antonio Nicolás Briceño. Se tejieron comentarios en cuanto a la existencia de unos amoríos entre ambos primos por lo se dijo que Briceño, enceguecido por los celos, colocó en el pecho de Bolívar una amenazante pistola (en la denuncia del hecho ante las autoridades Bolívar expresa que Briceño venía armado de pistola y daga) aunque en este sentido también se señala que la razón fue originada en los deseos de Bolívar consistentes en ampliar su hacienda con el cultivo de añil a lo cual Briceño se oponía. “Las cosas llegan a un termino de conflicto cuando todos se oponen a que Bolívar construya un callejón que requiere para el transito de sus tierras a la oficina de comercio del añil y un canal de drenaje que, pasando por las tierras de Briceño, cayera en un río cercano”.1 Bolívar sin temer a las protestas, al frente de un piquete de esclavos bien armados inició los trabajos planificados, comenzando con un canal de desagüe, Briceño se hace presente y amenaza Bolívar con una pistola pero el amenazado se le lanza encima y lo desarma. La intervención de varios de los presentes impidió consecuencias mayores. No obstante, Simón Bolívar envía, fechada en La Fundación el 21/11/1807 la siguiente correspondencia a Nicolás Briceño:
Muy señor mío: Si la inaudita indulgencia con que toleré el atentado criminal que Vmd. cometió contra mí el 24 de septiembre, lo anima a insultarme de nuevo, veo con dolor que pronto tendrá conocimiento el gobierno de su extraña conducta; pues estoy resuelto a no sufrir a Vmd., más en adelante, ni la más leve ofensa.
Sírvase Vmd. decir a mi mayordomo si Vmd. se opone o no, al callejón que necesito para el tránsito a Santa Gertrudis.
Dios guarde a Vmd. muchos años.
S. S. S. Q. S. M. B.
SIMON BOLIVAR.
(El original está en el Archivo General de la Nación, Caracas).


La calma sustituye la violencia y todo queda allí. Bolívar se olvido del añil y del canal y Briceño retira sus amenazas no sin antes pedir las más sentidas disculpas.1

Briceño fue un patriota a quien no se le puede desmeritar. Tras los sucesos del 19 de abril de 1810 comenzó una campaña en pro de la independencia, sembrando conciencia en su estado natal y en los aledaños. Tal fue su actividad en ese sentido que fue electo al Congreso Constituyente de 1811 como representante del Estado Mérida y su firma figuró en el Acta de la Independencia. Para 1812 se desempeña como Fiscal Militar. En el apogeo de la guerra de independencia, previo al período histórico denominado “Campaña Admirable” Bolívar se encuentra en Cartagena presto a iniciar su invasión a Venezuela. Briceño ya se ha sublevado en la zona de Trujillo contra la dominación española de una forma tal que quienes le apologan consideran que le corresponde el mérito de haber iniciado la guerra a muerte. El fin de su vida llega al ser capturado por las fuerzas realistas y sometido a la pena de muerte. Es fusilado en Barinas el 15 de Junio de 1813.

Una supuesta carta enviada a Louise Jeanne Nicolde Arnalde Denis de Keredern de Trobriand Aristiguieta de Villars, conocida popularmente como Fannie de Villars, anfitriona de alegres fiestas parisinas y prima lejana de Simón Bolívar demuestra el poco aprecio que este por Briceño tenía. copio: “ …una vez, (refiriéndose a Nicolás Briceño) para demostrarnos a Castillo y a mí su eficacia militar, nos envió a Cartagena por posta especial, un paquete con dos cabezas de quien sabe que infelices españoles que se cruzaron en su camino. Fue Briceño finalmente capturado y sumariamente juzgado y fusilado por los españoles en Barinas en 1813. Tengo que reconocerte, prima Francisquita que no lloré cuando me dieron la noticia”.

¿Quién merece ser el epónimo de la biblioteca de Trujillo? ¿El militar o el escritor? Como rezaba una vieja cuña publicitaria: Compare y juzgue.


(1) Bolivar en Yare . Juan de Dios Sánchez
Fuentes consultadas:
o Diccionario Biográfico, geográfico e histórico de Venezuela. Rafael Armando Rodríguez.
o Historia Documental de Venezuela. José Gil Fortoul
o Aporrea Organización

Julio 2009



A PROPOSITO DE NAPOLEON

No recuerdo exactamente la anécdota pero creo que proviene de Miguel Otero Silva quien narró que estaba por Europa, acompañado por el Maestro Rómulo Gallegos y decidió invitarlo a una exposición de arte moderno. Entraron al salón y al comenzar a observar las telas pintarrajeadas, el maestro, protestando con su recordado vozarrón cuando entraba en estado de cólera, abandonó de inmediato el lugar, criticando severamente los cuadros a los cuales no consideraba arte aunque estaban respaldados por las críticas favorables de numerosos especialistas.
Leo ahora un artículo de Mario Vargas Llosa donde hace referencia a un caballo artista. Su propietario, un pintor de nombre Sergio Caballero -muy adecuado a su oficio con Napoleón - le pone entre los dientes un pincel y el equino se ocupa de embadurnar una tela. Ya los snobs, atendiendo quien sabe cual comentario de algún crítico asociado con algún especulador, han comenzado a adquirir las obras ¿de arte? En la librería Mutt de Barcelona a la cual califican como “la librería templo” inauguraron la exposición con el nombre “Abstracción en el establo”. Por supuesto, nada más abierta al público, los pendejos hicieron cola y llegaron a pagar hasta 10.000 euros por lienzo. Ninguna pudo estrechar la mano –corrijo, la pata – del cuadrúpedo porque no fue invitado. Tal vez los dueños de la impoluta librería temían que en un acto natural Napoleón dejase caer al piso un par de quilos de caca.
Indudablemente somos nariceados por especialistas, creadores de imágenes, críticos de arte, medios de comunicación y paremos de contar. Cualquier “dice groserías” es considerado un fino humorista. Algunas veces me engancho con un programa televisado de ese estilo en espera de otro programa y no puedo comentar otra cosa que se trata de una vulgar basura. Un par de tipos emulando burlonamente a una fea mujer o a un gay, pretenden hacer – y lo hacen – las delicias del cautivado televidente. Los Cds de estos humoristas, plenos de vulgaridades, inundan ilegalmente los mesones de los comerciantes informales, título cambiado por el de tradicional buhonero –con una antigüedad de ocho siglos– para no hacerles sufrir una humillación.
El crítico de arte decide y basta con su comentario positivo o negativo para llevar al pináculo de la fama o al foso del descrédito a cualquier artista. En un pueblito del occidente venezolano al cual prefiero no nombrar para no quitar el ingreso monetario que les produce, vive una familia campesina que además de sus labores agropecuarias, se ocupaba de restaurar o mejor dicho, remendar santos de yeso o madera. Ocurrió que este grupo familiar decidió abandonar el catolicismo y pasarse a las filas de una de esas religiones denominadas protestantes y en una absurda interpretación de la biblia, donde se prohíbe adorar imágenes, decidieron que era pecado repararlas. Por supuesto, los animalitos y el maicito no daban para vivir y comenzaron a hacer algunas tallas policromadas para redondear el ingreso. Realmente simples pero bonitas. Tal vez una buena artesanía. Era el trabajo del grupo familiar y en un viaje al lugar compré un par de ellas. Creo que para los años ochenta serían a bolívar cada una. Pero sucedió lo inesperado. Una sacerdotisa del arte, uno de esos templos cuya sentencia es inapelable, decidió considerar arte las tallas de madera y como para el momento de su descubrimiento estaba presente un solo miembro del grupo familiar, le atribuyó a él la autoría. Se llevó un par de tallas y las colocó en su escritorio. Las tallas subieron de dos bolívares a veinte mil y muy pronto se hicieron inalcanzables para los viejos clientes. Hoy el negocito ha decaído pero se siguen vendiendo y todo el grupo familiar es el que se ocupa, sin distinción entre ellos, de tallar y pintar las figuras aunque es solo uno el meritorio porque como fue el elogiado, es quien las firma.
Quien sabe cuántos grandes artistas tenemos entre nosotros que por su antipatía personal, su comportamiento irreverente –no permitido antes de ser genio – no son apreciados. Joshua Bell, violinista al cual se le pagan grandes cantidades de dinero por sus conciertos se sentó en un banquito dentro de una estación del metro de New York a ejecutar con su Stradivarius seis obras de Bach. Nadie “le paró”. Apenas un niño se detuvo pero su acompañante le hizo continuar caminando. El único pago fue el de una anciana que le lanzó una moneda. Nadie supo apreciar la calidad de la música pero… si hubiese sido medianamente publicitada, hubiese ocurrido un colapso en el sistema de transporte. Y así sobran las historias. La más reciente es la de la maestra que subrepticiamente logró meter en una exposición algunas pegatinas de sus alumnos y pedir la opinión a los asistentes. ¡¡se deshacían en elogios de esas cartulinas que al final de la jornada escolar paraban en el pipote de la basura!!
¿Qué es realmente arte? ¿Acaso será lo que nos llena el espíritu, lo que nos causa un alboroto interno, lo que nos satisface? Aparentemente no. Colocamos cuadros en nuestras casas porque combinan con los muebles o porque es lo que se estila. Se compran libros por metros con carátulas bien encuadernadas para que sepan que somos cultos (Castellanos dixit) y común era en los ochenta las exposiciones-ventas en algunos hoteles de litografías parcialmente embadurnadas con pintura para que pareciesen totalmente pintadas a mano, vendidas a tres por una y adquiridas masivamente.
Finalizo con las palabras finales, ligeramente modificadas, de Vargas Llosa: ¡Bienvenido, pues, Napoleón, al arte del estúpido tercer milenio

Jose Hermoso Sierra
Junio 2011

martes, 4 de enero de 2011

EL GENDARME NECESARIO

Tomado de Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, Caracas: Monte Ávila, 1990, p. 165-92.
Si en todos los países y en todos los tiempos —aún en estos modernísimos en que tanto nos ufanamos de haber conquistado para la razón humana una vasta porción del terreno en que antes imperaban en absoluto los instintos— se ha comprobado que por encima de cuantos mecanismos institucionales se hallan hoy establecidos, existe siempre, como una necesidad fatal «el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira el temor y que por el temor mantiene la paz» (1), es evidente que en casi todas estas naciones de Hispano América, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior (2).
Es el carácter típico del estado guerrero, en que la preservación de la vida social contra las agresiones incesantes exige la subordinación obligatoria a un Jefe (3).
Cualquiera que con espíritu desprevenido lea la historia de Venezuela, encuentra que, aún después de asegurada la Independencia, la preservación social no podía de ninguna manera encomendarse a las leyes sino a los caudillos prestigiosos y más temibles, del modo como había sucedido en los campamentos. «En el estado guerrero el ejército es la sociedad movilizada Y la sociedad es el ejército en reposo».
Nada más lógico que Páez, Bermúdez, Monagas, fuesen los gendarmes capaces de contener por la fuerza de su brazo y el imperio de su autoridad personal a las montoneras semibárbaras, dispuestas a cada instante y con cualquier pretexto, a repetir las invasiones y los crímenes horrendos que destruyeron en 1814, según la elocuente frase de Bolívar, «tres siglos de cultura, de ilustración y de industria».
Don Fernando de Peñalver escribía en 1823:
«Es una verdad que nadie podría negar, que la tranquilidad de que ha disfrutado Venezuela desde que la ocuparon nuestras armas, se ha debido al General Páez, y también lo es, que si él se alejase de su suelo, quedaría expuesto a que se hiciese la explosión, pues sólo falta, para que suceda esta desgracia que se apliquen las mechas a la mina» (4).
El señor Peñalver fue de los primeros en comprender la importantísima función que Páez ejercía en Venezuela, sin embargo de que, como había dicho en 1821, sólo existía «un pueblo compuesto de distintas castas y colores, acostumbrado al despotismo y a la superstición, sumamente ignorante, pobre, y lleno al mismo tiempo de los vicios del Gobierno español, y de los que habían nacido en los diez años de revolución», y creía el fiel amigo de Bolívar, que la República «necesitaba por mucho tiempo de un conductor virtuoso, cuyo ejemplo sirviese de modelo, particularmente a los que habían hecho servicios importantes y que por esta razón se consideraban con derechos que no tenían, ni podían pertenecer a ninguna persona» (5).
Pero al estallar la revolución del 26, provocada por los que creían en la panacea de las constituciones escritas (6) sin sospechar siquiera la existencia de las constituciones orgánicas que son las que gobiernan las naciones, estampa este consejo seguido tan fielmente por el Libertador, cuya conducta fue censurada con grande acritud, principalmente por Santander, «el hombre de las Leyes», despechado por el tacto político con que trató a Páez, alzado contra la Constitución y contra el Gobierno de la Gran Colombia.
«Creo que este General (Páez) —decía D. Fernando— debe ser tratado con mucha lenidad por ti y por el Gobierno, pues si se quiere emplear en él el rigor de las leyes y no la política, pueden muy bien resultar las más funestas consecuencias. Tú conoces más que nadie los elementos de que se compone nuestro país, cuyos combustibles, inflamados por una persona como el General Páez, harían los más horribles estragos» (7).
Briceño Méndez, que pensaba también muy hondo, critica las medidas tomadas por Santander, con la pretensión de cohonestar la influencia de Páez y «contener el progreso de la revolución con pequeñas intrigas».
«Quizás el General Santander —decía— no conoce el peligro, pero Soublette que ha visto el país y que debe tener penetrado al corifeo de la gente colorada, no puede ser dispensado. Yo voy a ver si alcanzo que me oigan, aunque temo mucho que los partidos sofoquen mi voz, si no me condenasen desde antes de oírme» (8).
Si el Libertador, inspirándose en Santander y en los constitucionalistas, hubiese declarado a Páez «fuera de la Ley»; si por sostener los preceptos abstractos de un Código, que no era otra cosa que un plagio, una servil imitación de las instituciones democráticas de la Francia revolucionaria antes de la reacción thermidoriana; si prescindiendo de sus propias convicciones, se deja guiar por los falsos esclavos de la Constitución, los escasos restos de cultura salvados de la Guerra Magna habrían desaparecido en una lucha semejante a las de los años 13 y 14.
Los historiadores que se contentan con las fuentes oficiales, prescinden del estudio pormenorizado de aquellos años, en que la mayor parte de la población de Venezuela vivía en los montes como las tribus aborígenes; en que los llaneros realistas, retirados de Carabobo en número de cuatro mil y unidos a los patriotas que hablan sido licenciados, andaban en caravanas robando y asesinando como en sus mejores tiempos; y los oficiales patriotas envalentonados con sus laureles, se creían dueños y señores de vidas y haciendas, al punto que Aramendi —por ejemplo— llegó a convertirse en un azote de las poblaciones del llano y hubieron al fin de cazarle como a un tigre; en que las sublevaciones de la gente de color se sucedían a diario en todo el país; y en Cumaná, Barcelona, Guayana, Barinas y aún en las cercanías del mismo Caracas, se repetía el grito pavoroso de 1814: ¡Viva el rey! ¡Mueran los blancos! (9). ¿Cuál era el papel que, en un medio social semejante, podían representar la Constitución del Rosario de Cúcuta y las leyes sancionadas por el Congreso?
Las sublevaciones no se contenían sino con los fusilamientos en masa. Páez, Bermúdez, Monagas, Urdaneta, tenían que cumplir el deber supremo de amparar, con su autoridad, el renaciente orden social contra aquellas bandas que asolaban los campos, saqueaban a incendiaban las poblaciones, vejaban a las autoridades, y asesinaban a los blancos.
Los detalles, los hechos menudos, les petits faits, que tanto desdeñaban los historiadores retardados, constituyen la trama de multitud de sucesos, que hasta hoy no han podido explicársenos.
Cuándo se examina la situación de Venezuela después de la guerra; cuando se ve que la gran riqueza acumulada, sobre todo, en los últimos setenta años de la Colonia, había desaparecido; que la clase elevada, los poseedores de la ilustración, de la cultura y de la riqueza hablan sucumbido o emigrado, y que el pueblo, la masa de esclavos, de gente de color y de indígenas, se hallaba en plena evolución regresiva por catorce años de aquella guerra asoladora, es fácil explicarse la supremacía, el encumbramiento de los más valientes y de los más temidos. «Entregado a si mismo, retrotraído súbitamente al estado natural, el rebaño humano —dice Taine— no sabría más que agitarse, pelear, hasta que la fuerza bruta llegara al fin a dominar como en los tiempos bárbaros, y del fragor de la lucha surgiera un Caudillo militar, el cual, generalmente, es un verdugo» (10).
Páez no lo fue nunca; y es esa la faz más noble y sorprendente de su descollante figura.
II
Otras causas contribuían a mantener aquel estado de anarquía espontánea.
La miseria llegó a ser espantosa. Bolívar, que todo lo poetizaba, decía a Sucre desde Caracas el 10 de febrero de 1827: «Es verdad que hemos ahogado en su nacimiento la guerra civil; más la miseria nos espanta, pues no puede usted imaginarse la pobreza que aflige a este país. Caracas llena de gloria, perece por su misma gloria, y representa muy a lo vivo lo que se piensa de la Libertad, que se ve sentada sobre ruinas. Venezuela toda ofrece ese hermoso pero triste espectáculo.. Cumaná está tranquila, pero como el resto de Venezuela, gime en la más espontánea miseria» (11).
«El comercio estaba paralizado; los giros suspendidos; nada se compraba o se vendía por mayor; los detalles eran limitadísimos; las aduanas nada producían, porque eran muy raras las entradas de buques; nada se recaudaba por la contribución directa y los deudores se aprovechaban del desorden y alegaban las dificultades para vender los frutos así como su abatido precio» (12).
En 1828 el General Briceño Méndez, Intendente entonces del Departamento de Venezuela, dice: «El gran mal que tenemos aquí es la miseria. No puede describirse el estado del país. Nadie tiene nada y poco ha faltado para que el hambre se haya convertido en peste» (13).
El Doctor Álamo, Jefe de la Alta Policía, escribía al Libertador por los mismos años: «Continúa cada vez más la miseria en Caracas, de un modo que no alcanza la ponderación; basta decirle que hasta sus amigos (los de Bolívar), los más previsivos, están sin medio; ningún fruto vale y a ningún precio se compra... nuestros artesanos, con sus discípulos y oficiales, se han abandonado al ocio y aún a las maldades, en términos que los presidios y las cárceles están llenos de hombres que hemos conocido en otro tiempo de una conducta regular y laboriosa. Esto da horror, mi General; de noche se encuentra por las calles porción de mujeres cambiando silletas, mesas, cajas y demás muebles por comida, y casi no se enciende lumbre en Caracas» (14).
El Gobierno, sin embargo, se ha manifestado inflexible con los deudores a fondos públicos y el Congreso apelaba al triste expediente de dictar leyes severísimas contra los ladrones, castigándolos con la pena de muerte y condenando a los vagos -en cuyo número se contaban millares de hombres que no trabajaban por no hallar donde hacerlo- a servir por años como soldados en la marina de guerra (15).
«La Ley contra los deudores tiene bastantes adversarios —decía el Intendente Briceño Méndez— y merece meditarse, porque como hoy todos son deudores, y la mayor parte son tramposos, es temible excitar su indignación» (16).
Muchos de esos tramposos eran hombres de grande importancia social y política. El Doctor Francisco Aranda, por ejemplo, que se encontraba en 1828 «sin poder cumplir varios compromisos en que entró para comprar y mejorar una hacienda; ahora —dice Briceño Méndez— se encuentra con todos los plazos vencidos y estrechado por sus acreedores, de tal modo que yo, en mi pobreza, he tenido que prestarle 2.000 pesos para que no lo pusieran en la cárcel. El es hombre de bien y quiere pagar». Entre tanto, se negaba el doctor Aranda a aceptar el puesto de Ministro Juez de la Corte, que Bolívar le ofrecía, «para que no le censuren el que siendo un tramposo esté dando sentencias contra los que están en su mismo caso» (17).
El Libertador, había creído también que el mal no estaba sino en la falta de cumplimiento de las leyes, o en su lenidad, y desde que pisó tierra venezolana en 1826, comenzó a dictar medidas tremendas, que en mucho contribuyeron a desprestigiarle, en un pueblo donde la popularidad se alcanzaba entonces con la impunidad para todos los delitos. José Tomás Boves fue el primero que empezó a demostrarlo elocuentemente (18).
Desde Coro dijo al General Urdaneta: «Parece como si se quiere saquear la República para abandonarla después. Cada día me convenzo más por lo que veo y oigo en el país, que la hermosa organización de la República lo ha convertido en otra gran Sierra Morena. No hay más que bandoleros en ella.- ¡¡Esto es un horror!! y lo peor de todo es, que como un mártir, voy a batirme por la santidad de las leyes» (19).
Era cierto: Venezuela entera vivía del fraude en todas sus formas; y podían contarse los empleados que tenían las manos puras de peculado. Había Departamentos como el de Maturín (que comprendía las provincias de Barcelona, Cumaná, Maturín y Margarita), «donde los males de la paz, lo han arruinado más que los de la guerra; donde un enjambre de empleados absorbe cantidad inmensa de numerario que no produce su Erario agonizante. Un Tribunal de Cuentas sin cuentas que examinar.. Y por desgracia —agregaba el secretario Doctor Revenga— no tiene datos el Libertador para creer exagerados estos informes».
La severidad de las leyes —como lo demuestra la historia de las instituciones jurídicas— es la prueba más cierta de la fuerza de los vicios que esas leyes pretendían corregir (20).
El decreto de 8 de marzo de 1827 reglamentando la Hacienda Pública, dictado por el Libertador, castigaba con la pena de muerte a los defraudadores de las rentas del Estado: «por pequeña que fuese la cantidad sustraída».
«Cada vez se va haciendo más profundo el abismo en que nos hallamos —decía Bolívar a Páez el 20 de marzo—. En Cumaná y Barcelona continúan las insurrecciones. Tres o cuatro cantones de aquellas Provincias se han puesto en armas contra sus jefes. El General Rojas (Andrés) me da parte de todo esto, aconsejando al mismo tiempo tome providencias muy enérgicas y muy resueltas» (21).
Ya habla empezado a tomarlas sin esperar el consejo. A la rebeldía de algunas tropas acantonadas en Valencia, respondió el Libertador con su acostumbrada energía: «Los individuos que aprehendan a Dragones, Artillería y Anzoátegui comprendidos en la rebelión de Valencia, serán fusilados en el acto que los tomen las partidas que Ud. mande y mande también el coronel Alcántara de los Valles de Aragua; de suerte que los que sean aprehendidos en los Llanos vengan aquí y los que Uds. cojan en el territorio que les he enseñado sean fusilados en el acto» (22).
Estas sublevaciones de la tropa obedecían a la falta de paga y al temor de que se les embarcara para el sur de Colombia, de donde bien sabían que no se dejaba regresar a los oficiales de color por temor a las constantes insurrecciones (23).
«Estamos en una crisis horrorosa —escribía días más tarde el Libertador— no ha quedado en la República más que un punto de apoyo, y este mismo punto ha sido atacado por todas partes, hasta el caso que Ud. lo ve, pues ya las tropas de Colombia han perdido el prestigio que me tenían, según lo que se ha visto con esos soldados de Valencia por una simple sospecha de que los querían embarcar».
Y eran esos hombres peligrosos, por su audacia, por su valor, por sus tendencias comunistas y por sus instintos igualitarios, contra quienes se daban órdenes de fusilamiento sin fórmula de juicio. Fatal necesidad, y más fatal aún por el resultado que debía producir.
Convencido el Libertador de que era necesario desplegar una «energía cruel, para entonar el Gobierno» (24). no se detenía en las medidas de represión y castigo, por más duras que fuesen:
«Ya he dado orden de que fusilen a todos los rebeldes, y cuatro que han venido aquí se fusilan hoy... Yo me he mostrado inexorable en esta circunstancia con respecto a todo, todo. He mandado castigar de muerte a los criminales y a meter en la cárcel los deudores del Estado» (25).
«Yo estoy resuelto a todo: por libertar a mi patria declaré la, guerra a muerte, sometiéndome por consiguiente a todo su rigor; por salvar este mismo país estoy resuelto a hacer la guerra a los rebeldes, aunque caiga en medio de sus puñales. Yo no puedo abandonar a Venezuela al cuchillo de la anarquía; debo sacrificarme por impedir su ruina» (26).
Las consecuencias de ese rigorismo son fáciles de deducir, en un pueblo donde la causa de la independencia no había tenido prestigio; donde la gran mayoría no sólo analfabeta sino bárbara, apenas concebía otra patria que el pedazo de tierra donde había nacido; ni podía tener otra idea de libertad que la de una absoluta licencia, limitada únicamente por el temor a un Jefe. Por todas partes circulaban las más peregrinas especies, sobre todo en los llanos, donde era general la creencia de que el Libertador «estaba embarcando a los pardos para pagar a los ingleses la deuda de la República, añadiendo que las jóvenes también debían recogerse para esta entrega» (27).
El peligro era inmenso, porque aquel pueblo no se asemejaba por ningún respecto a las indiadas sumisas de la Nueva Granada, del Ecuador, del Perú y de Bolivia. Nuestros mismos indígenas ya escasos para la época, conservaban las virtudes guerreras que hicieron de la conquista de la Tierra Firme la más sangrienta de la América.
«Gente feroz y perezosa —dijo Morillo— que aún en los tiempos de paz hablan errado en caravanas por la inmensa extensión de las llanuras, robando y saqueando los hatos y las poblaciones inmediatas», habían llegado al completo desarrollo de sus instintos depredadores en catorce años de anarquía.
Se refería especialmente a los llaneros el General español; pero hay que tomar en cuenta, además, que en la masa de la población urbana, tampoco preponderaba el indio reducido, ni el mestizo «de carácter dulce y bondadoso», sino el mulato de imaginación ardiente; individualista, nivelador, trepador y anárquico, «raza servil y trepadora», como la calificó el argentino Sarmiento, en la cual parece que la disgregación de los caracteres somáticos correspondiera, como una consecuencia necesaria, a la disgregación de los caracteres psicológicos de las razas madres, relajando los lazos que pudieran unirla a la una o a la otra, para producir un tipo aislado, sin ideas ni sentimientos colectivistas, sin espíritu de sociabilidad, confiando siempre en sus propias fuerzas para allanar con violencia los obstáculos que se opusieran a su elevación. Terreno admirablemente preparado para recibir y hacer fructificar rápidamente los principios demoledores y niveladores del jacobinismo imperante.
IV
Ya no había esclavos. Desde 1812, patriotas y realistas hablan de hecho y de derecho realizado la emancipación y todo retroceso hacia la antigua disciplina constituía un grave peligro para el partido que la pretendiera. «Los ponen en libertad completa —escribía el General Don Pablo Morillo, criticando a los patriotas— los llaman ciudadanos y entran a ser capitanes, coroneles y generales... y aunque el país en que se hallen vuelva a ser ocupado por las armas del Rey, entran a reclamarlos sus amos o se dispersan por los campos y aumenta el número de forajidos» (28).
«No hay medios —continúa el General español— de reducir de nuevo al trabajo a unos hombres regostados con la vida militar», porque «es moralmente imposible que un hombre que haya disfrutado de la libertad viva tranquilo y sosegado en la servidumbre... su calma es la de los volcanes que se encuentran en quietud mientras se reúnen los materiales que algún día deben formar la explosión más horrorosa» (29).
Perseguidos por las autoridades realistas, sometidos por la fuerza al trabajo de las haciendas o a la dura disciplina del ejército peninsular, se unían a los liberales y huían a los llanos, donde «iban reuniéndose en pequeñas partidas, proclamando la Independencia que era la voz con que podían continuar robando», después de haber comenzado su obra de depredaciones proclamando al Rey de España.
Los patriotas, por su parte ' estaban en la imperiosa necesidad de acogerlos en sus filas y de recompensar sus servicios, sin pensar siquiera en las consecuencias, porque para ellos no existía ni debía existir entonces otro propósito que el de vencer al enemigo, realizar la Independencia, crear la Patria; y aquellos hombres eran tan venezolanos como los otros. Otra ventaja de carácter social aparejaba para los patriotas el convertir
los esclavos en soldados. En 1819 ordena el Libertador la conscripción de cinco mil esclavos jóvenes y robustos para aumentar el ejército. El Vice-Presidente Santander hizo como siempre observaciones legales sobre esta medida por la multitud de brazos útiles que se arrancaba a la agricultura; pero el Libertador mandó cumplirla, «manifestando ser altamente justa para restablecer la igualdad civil y política, porque mantendría el equilibrio entre las diversas razas de la población. La raza blanca era la que había soportado el peso de la guerra» (30).
Realizada la Independencia, surge, junto con los prejuicios de clase y la necesidad de la conservación social, el poderoso móvil de los intereses materiales; y al mismo tiempo que el Congreso restablece en cierto modo la esclavitud, con la Ley de Manumisión, las opiniones de los realistas concuerdan en absoluto con las de los patriotas, clamando contra el peligro que representaba la libertad de los negros.
«Bolívar, como un déspota insolente —escribía el furibundo realista José Domingo Díaz— dispone de vuestras propiedades con la libertad de vuestros esclavos; os condena a la miseria despojándolos de vuestra principal riqueza, y os prepara males cuya espantosa perspectiva es necesario considerar en silencio» (31).
Y el General Pedro Briceño Méndez decía al Libertador en 1828: «Los esclavos están perdidos. No hablan más que de derechos, y se han olvidado enteramente de los deberes». Y opinaba por establecer la disciplina antigua para no favorecer «la holgazanería, los vicios y la insubordinación de aquella clase soez y brutal que puede sernos peligrosa» (32).
V
Si hasta 1824 no existía para Bolívar otra necesidad primordial que la de la Independencia, fue a partir de aquella fecha la reorganización social, la necesidad de refrenar la anarquía, de establecer el orden, de imponer el respeto a la autoridad, el pensamiento que iba a prevalecer por completo en la mente del Grande Hombre. Pero sus altas nociones de justicia y de moral; su pulcritud, jamás puesta en duda ni por sus peores enemigos; su educación y su estirpe, que le alejaban por completo de aquella nivelación oclocrática que no era de ningún modo la igualdad preconizada por los teóricos de la democracia, todo contribuía a poner al Libertador en choque abierto con los hechos emanados de! determinismo histórico, condenándolo necesariamente a la más absoluta impopularidad.
Entonces no se recordaron más sus glorias; sus enemigos, antiguos realistas en su gran mayoría, llegaron a discutir pública mente no sólo sus grandes servicios a la Independencia de América, sino que su genio extraordinario, reconocido ya en el mundo entero, quisieron ponerlo en duda; y se revivieron en la memoria del pueblo los hechos sangrientos de 1814, sin una sola atenuación. Y a tiempo que su prestigio decaía y se iban haciendo por todas partes los elementos reaccionarios que debían producir la disolución de la Gran Colombia, e¡ General José Antonio Páez, quizás maliciosamente, se le exhibía como el representante legítimo del pueblo de Venezuela, como el Jefe nato de las grandes mayorías populares -valiéndose de la jerga de nuestros jacobinos como el representativo de su pueblo, como el genuino exponente del medio social profundamente transformado por la revolución y más aún por la fuerte preponderancia del llaneraje semibárbaro.
Desde su señorío de Apure le escribía al Libertador en 1827: «Aquí no se me ha dado a reconocer ni como Comandante General, y si se me obedece es más por costumbre y conformidad que porque yo esté facultado para mandar; es porque estos habitantes me consultan como protector de la República, pidiéndome curas y composiciones de Iglesias; como abogado, para que decida sus pleitos; como militar, para reclamar sus haberes, sueldos, despachos y grados; como Jefe, para que les administre justicia; como amigo, para que los socorra en sus necesidades, y hasta los esclavos a quienes se dio libertad en tiempos pasados y que algunos amos imprudentes reclaman, se quejan de mí, y sólo aguardan mi decisión para continuar en la esclavitud o llamarse libres» (33).
¿De cuál Constitución republicana y democrática podían emanar tan amplias atribuciones gubernativas?
El viajero que comparó a Páez con un Kan de tártaros, con un Jeque árabe, estuvo en lo cierto. Y al asemejarle a Artigas, sentó un paralelo entre los pueblos de llanuras que produjeron los dos grandes caudillos (34).
A la elevada estructura moral de Don Simón Bolívar, no podía. ajustar esta investidura semibárbara.

Para 1826 el Libertador había ya representado su papel. El no era ni podía ser el hombre representativo en ninguna de las nacionalidades que después del triunfo de la Independencia comenzaban su trabajo de organización interna. Demasiado grande, su figura no cabía en los estrechos moldes de ninguna de aquellas democracias incipientes. Acá, en su país nativo, él no habla sido el exponente de la masa venezolana que como fuerza colectiva no existía al estallar la revolución. Dividida la población colonia¡, como hemos visto, en clases netamente jerarquizadas y antagónicas y en castas separadas por los más fuertes prejuicios, donde cada grupo constituía como un organismo perfectamente diferenciado, Bolívar no podía ser considerado como «la cristalización» del sentimiento colectivo de los venezolanos, porque, precisamente, la colectividad, el núcleo nacional estaba por crearse, y eso fue aquí, como en todas partes, el resultado de la guerra, en cuyos senos ardientes, como en un crisol, se ha fundido el sentimiento de Nacionalidad y de Patria. Bolívar fue, y así lo reconoce hoy el mundo, el más alto representante de la causa general de la Emancipación hispanoamericana. En él se refundieron, se encarnaron las ideas, las tendencias, las ambiciones, los ideales de la elevada clase social, de la aristocracia colonial que inició la revolución en todo el Continente En Venezuela como en muchos otros países de nuestra América los hombres representativos, los exponentes genuinos de las masas populares sublevadas, fueron de otro carácter: surgieron de las entrañas profundas de la revolución cuando la anarquía, removiendo hasta las más bajas capas sociales, abrió a los más valientes el camino de la ascensión militar y política, acogiéndose instintivamente a la causa que hablan proclamado los nobles, y que en definitiva era la que convenía a sus intereses y a sus naturales ambiciones de predominio; porque la restauración del régimen colonial traía como consecuencia necesaria e ineludible la antigua jerarquización, la superposición de clases y de castas que de nuevo sometería las clases bajas a la misma situación de inferioridad en que hablan vivido. Por eso hubo un momento en que Bolívar y los hombres de su clase se confundieron con los caudillos populares en un mismo propósito; pero alcanzado el triunfo, la separación era fatal e inevitable.

Aquéllos que critican al Libertador y lo tachan de débil, porque lejos de fusilar a Páez en 1827, no sólo le perdona su rebelión contra la Constitución y contra el Gobierno de Bogotá, sino que separando de hecho a Venezuela de la unión colombiana le confiere el mando de todo el país con extensas facultades, no se detienen a pensar que ya el Caudillo llanero, engrandecido por sus proezas legendarias, en un pueblo que profesa hasta el fanatismo el culto del valor personal, era el Jefe nato de los venezolanos, el hijo legitimo de nuestra democracia igualitaria, empujada violentamente por razones étnicas y geográficas, hacia un régimen, caracterizado por «una ascensión social y política sin selección y sin esfuerzo depurador»; en tanto que el Libertador continuaba siendo, así para el pueblo como para la mesocracia realista o goda, el aristócrata, el mantuano, el gran señor, el superviviente de la alta clase social que por siglos había ejercido «la tiranía doméstica, activa y dominante»; el más alto representante de «la minoría audaz» naufragada en el mar de sangre de la revolución y quien era ya considerado en el mundo como el símbolo del ideal republicano. Su grandeza misma lo hacía sospechoso para la democracia triunfante, de aspiraciones monárquicas; porque vivo aún el respeto supersticioso por la realeza se pensaba que sólo una corona podía ceñir aquella cabeza prodigiosa.
La lucha entre Bolívar y Páez, «el corifeo de la gente colorada» —como le llamó Peñalver—, habría desatado de nuevo sobre Venezuela la lucha de castas, la guerra de colores que no sólo estaba aún latente, sino que hacía explosiones parciales en todo el país. Las palabras del Libertador en aquellos días, y que tan profundo desagrado debían causar en el Vice-Presidente Santander, para quien las leyes fueron siempre el mejor auxilio de sus pasiones y de su descabellada rivalidad, tienen, examinadas desde el punto de vista venezolano, que era el único justo y verdadero, una inmensa significación: «El General Páez ha salvado la República». «El General Páez es el primer hombre de Venezuela».
VI
Pero por fortuna para la Patria adolescente, el General Páez llegó a ser un verdadero Hombre de Estado. Concepto éste que considerarán extraño aquéllos que se figuran aún que la ciencia de gobernar se aprende en los libros y no se dan cuenta de las enseñanzas positivas de la Historia. Se nace hombre de gobierno como se nace poeta. Cuando se lee con criterio desprevenido la vida de Páez; se recuerda su origen humilde, su falta absoluta de instrucción, el género de guerra que le tocó hacer y en la cual se destaca más como un jefe de nómadas, como un conductor de caravanas (35), que como un Comandante militar en el rígido concepto del vocablo, su actuación en el gobierno regular del país en medio de aquel desorden orgánico, de aquella espantosa anarquía creada por la guerra y acentuada por el desbarajuste político y administrativo de la Gran Colombia, es digna de los mayores encomios, y parecería un hecho singular si la historia no presentara a cada paso ejemplos semejantes.
Cuando los hijos de Trancredo de Hauteville invadieron la Italia meridional, como verdaderos salteadores de caminos, y Roberto Guiscar, el más valiente y atrevido de todos ellos se conduce «como un legitimo ladrón» según reza la Crónica de Amatus, citada por Démolins (36) «admira cómo al establecer definitivamente su dominio se transforman en hombres de gobierno, haciendo renacer el trabajo, desenvolviendo la cultura, amparando la propiedad, constituyendo la jerarquización social, y sustituyendo, en fin, el orden a la anarquía». «Aquellos rudos batalladores —dice Lenormant— que en sus comienzos no se ruborizaron de ejercer un oficio de verdaderos salteadores, que eran en realidad absolutamente ¡letrados, fueron después admirables promotores del progreso y de las luces. Favorecieron con amor en sus Estados y en su Corte a las artes y las ciencias sin hacer distingos en su protección entre católicos, griegos y musulmanes, convirtiéndose ellos mismos en hombres cultos, excitando el talento, recompensado el mérito y la capacidad en cualquier región en que se manifestasen» (37).
Acá, en nuestra América, el eminente publicista Alberdi, escribía en 1852 refiriéndose a su país, en las célebres Bases de la Constitución: «Los que antes eran repelidos con el dictado de caciques, hoy son aceptados en el seno de la sociedad de que se han hecho dignos, adquiriendo hábitos más cultos, sentimientos más civilizados. Esos jefes, antes rudos y selváticos, han cultivado su espíritu y carácter en la escuela del mando, donde muchas veces los hombres inferiores se ennoblecen e ilustran. Gobernar diez años es hacer un curso de política y de administración» (38).
«Nada es más justo —dice Proal— que el régimen en el cual los ciudadanos todos, por medio del trabajo, el mérito y el patriotismo pueden alcanzar las más altas posiciones. Pero es lo cierto que los mejores ministros y los mejores Presidentes no han sido siempre los letrados ni mucho menos los oradores. En los Estados Unidos se ha presentado el fenómeno de que antiguos obreros han llegado a ser hombres de Estado eminentísimos. Franklin fue impresor; Lincoln, carnicero; Horacio Mann, labrador; Johnson, sastre; y Grant, curtidor como Félix Faure, el Presidente de Francia... Los pueblos de raza latina, que tan apasionadamente aman la elocuencia, se figuran que sólo el don de la palabra confiere todas las suficiencias y en especial el talento de gobernar. De allí el número siempre creciente de oradores profesionales que llenan las asambleas, a pesar de que la historia de todos los pueblos civilizados está diciendo que han sido los industriales y comerciantes, los ingenieros, los agricultores, los antiguos administradores, antes que los oradores brillantes, quienes han producido los políticos más avisados, los gobernantes más aptos; porque regularmente los oradores no son más que artistas de quienes puede decirse; verba et voces, proetereaque nihil. Muchos oradores experimentan la necesidad de hablar como los cantores la necesidad de cantar y los músicos la de tocar su instrumento, sin cuidarse de las consecuencias de sus palabras, ni de la precisión de sus ideas, ni de la exactitud de sus afirmaciones. Virtuosos de la palabra, aman la tribuna, como un músico ama su violín, con el único propósito de arrancarle bellos acordes. El don de la palabra no puede tomarse como una señal inequívoca de mérito; él no implica lo más necesario en un hombre de gobierno: un juicio recto y la experiencia de los hombres y de las cosas; se puede muy bien hablar de todo, sostener con éxito las tesis más contradictorias, y carecer al mismo tiempo de las cualidades más elementales de un buen gobernante» (39).
El General José Antonio Páez, que apenas sabia leer en 1818, «y hasta que los ingleses llegaron a los llanos no conocía el uso del tenedor y del cuchillo, tan tosca y falta de cultura habla sido su educación anterior» apenas comenzó a rozarse con los oficiales de la Legión Británica, imitó sus modales, costumbres y traje y en todo se conducía como ellos hasta donde se lo permitían los hábitos de su primera educación» (40). Y este rudo llanero, colocado a la cabeza del movimiento separatista de Venezuela, con los escasos elementos cultos que se habían salvado de la guerra y con los muy contados que volvían de la emigración, tuvo el talento, el patriotismo y la elevación de carácter suficiente, no para «someterse a la constitución» —como han dicho sus idólatras—, porque sus amplias facultades no emanaban de preceptos constitucionales, sino para proteger con su autoridad personal el establecimiento de un gobierno regular, que fue para aquella época el más ordenado, el más civilizador y el de mayor crédito que tuvo la América recién emancipada. E, instintivamente, dando así más sólidos fundamentos a su preponderancia política, llegó a ser el más fuerte propietario territorial del país, como si hubiera adivinado aquel célebre aforismo de John Adams, uno de los fundadores de los Estados Unidos, comprobado hasta la saciedad por la historia de todos los pueblos: «Aquéllos que poseen la tierra tienen en sus manos los destinos de las naciones» (41).
Hay que tomar en cuenta, además, que la influencia del Libertador tuvo que ser poderosa sobre la mentalidad de los Caudillos. Respetándole, admirándole, deslumbrados, mejor dicho, por su genio y por el grandioso ideal de la Independencia, acostumbráronse desde temprano a ver con cierta consideración a los hombres de superioridad intelectual. Este rasgo lo observó O'Leary en el General Páez: «En presencia de personas a quienes él suponía instruidas, era callado y hasta tímido, absteniéndose de tomar parte en la conversación o de hacer observaciones» (42).
No puede decirse por lo tanto de nuestros Caudillos lo que Ayarragaray observa de los argentinos: «más dispuestos naturalmente al motín que a las ocupaciones sedentarias y técnicas que reclama un gobierno regular.. toda iniciativa o personalismo intelectual desaparece bajo el cacique político que ejerce el dominio indisputado» (43). La organización de la República de Venezuela en 1830, es la prueba más elocuente de que bajo la autoridad del General Páez, los hombres intelectuales de la época, cualesquiera que hubiesen sido sus pasadas opiniones, tuvieron la libertad de sus iniciativas encaminadas noble y decorosamente a darle un matiz de civilización a aquella dolorosa nacionalidad que surgía a la vida de entre las ruinas ensangrentadas de la cultura colonial. «Por instinto, antes que por reflexión —como acertadamente lo observa Gil Fortoul— tendía a desempeñar el papel de ciertos reyes constitucionales prefiriendo ejercer solamente las funciones de aparato, mientras no surgía algún gran conflicto nacional, y descargando sobre sus Ministros la diaria tarea gubernativa» (44).
Si el desarrollo del progreso no fue mayor; si desde entonces no se echaron las bases de un gran desenvolvimiento económico que reparara en algunos años los espantosos estratos de la guerra, preparando el país para la inmigración europea, como lo pensó el Libertador, la culpa no fue del Caudillo que tuvo siempre la virtud de dejar hacer a los que él creía intelectualmente superiores, sino de la falta de verdadera cultura, de sentido práctico y de sentido histórico característicos de la época, y de la creencia que todavía, desgraciadamente, persiste en el ambiente intelectual de casi todos estos países, de que la resolución de todos los problemas sociales, políticos y económicos, consiste en la práctica de principios abstractos que la mayor parte de los semiletrados dirigentes conocía por doctrinas fragmentarias de los enciclopedistas y de los jacobinos franceses. Todos ellos, godos y liberales, imbuidos en un radicalismo tan exótico como intransigente, solicitaban el remedio de nuestros males profundos en la libertad del sufragio, en la libertad de la prensa y, sobre todo, en la alternabilidad del Jefe supremo, sin pensar que el poder ejercido entonces por el General Páez en la República, as! como el de los caudillos regionales, era intransmisible porque era personalísimo; no emanaba de ninguna doctrina política ni de ningún precepto constitucional, porque sus raíces se hundían en los más profundos instintos políticos de nuestras mayorías populares y sobre todo de las masas llaneras cuya preponderancia se había forjado en el candente crisol de la revolución.
Como el bárbaro germano en el antiguo mundo, el llanero venezolano al entrar en la historia introdujo un sentimiento que era desconocido en la sociedad colonial, vivo reflejo de la sociedad romana, según lo observó don Andrés Bello. El llanero como el bárbaro, como el nómada en todos los tiempos y en todas las latitudes, se caracteriza por «la afición a la independencia individual, por el placer de solazarse con sus bríos y su libertad en medio de los vaivenes del mundo y de la existencia; por la alegría de la actividad sin el trabajo; por la afición a un destino azaroso, lleno de eventualidades, de desigualdad y de peligros; tales eran sus sentimientos dominantes y la necesidad moral que ponla en movimiento aquellas masas humanas. Mas a pesar de esta mezcla de brutalidad, de materialismo y de egoísmo estúpido, el amor a la independencia individual es un sentimiento noble, moral, cuyo poder procede de la humana inteligencia; es el placer de sentirse hombre; el sentimiento profundo de la personalidad, de la voluntad humana en la más libre expresión de su desarrollo». En la ausencia del colectivismo, del gregarismo creado por las leyes de origen romano y por el catolicismo, que no tuvieron jamás influencia en nuestras llanuras (45) y cuyas instituciones ahogan al individuo en la ocasión y tienden, sobre todo la Iglesia, a imponer el sacrificio, la renunciación personal en pro de la humanidad toda entera, el individualismo surgido de las ruinas de la sociedad colonial, impuso un nuevo elemento de gobierno, desconocido hasta entonces entre nosotros, como habla sido desconocido en el mundo antiguo antes de la destrucción del imperio romano, y que no ha existido propiamente en nuestra América, en aquellos pueblos que no tienen llanuras ni caballos, y cuya evolución, se ha realizado dentro de los más puros moldes coloniales, con la debilidad de los gobiernos, la preponderancia del clero y el predominio de las viejas oligarquías. Ese elemento fue el patrocinio militar, la supremacía del más fuerte, del más sagaz, del más vigoroso, del más valiente (46); el vínculo establecido entre los individuos, entre los guerreros, que sin destruir la libertad individual ni la igualdad característica de los pueblos pastores, ni aquel orgullo personal de que habló el Libertador: «llaneros determinados que nunca se creen iguales a los otros hombres que valen más o aparecen mejor», estableció sin embargo una subordinación jerárquica de donde surgió también, como en la Edad Media europea, nuestro feudalismo caudillesco. Desde entonces se creó como base fundamental de nuestra constitución orgánica y de nuestra moral política, «el compromiso de hombre a hombre, el vínculo social de individuo a individuo, la lealtad personal sin obligación colectiva fundada en los principios generales de la sociedad» (47), para llegar, por una evolución necesaria, al reconocimiento de un Jefe Supremo como representante y defensor de la unidad nacional. «¡General! Usted es la Patria», le dijeron a Páez los separatistas en 1830.
Notas
(1) Taine. Les Origines, t. 1. pág. 341.
(2) Mariano Cornejo. Sociología General, t. U, pág. 501.
(3) Spencer, Príncipes de Sociologie— Bourdeau, Les maîtres de la pensée contemporaine.
(4) O'Leary, Correspondencia, tomo VIll, página 397.
(5) Op. cit., t. Vifi, pág. 370.
(6) El partido civilista de Caracas acusé a Páez ante el Congreso, por violación de las garantías constitucionales y fueron hombres civiles, entre los que se contaban antiguos realistas, quienes dieron curso a la acusación instigados por el Vicepresidente Santander que no sólo quería vengar viejas rencillas, apoyándose como siempre en la Constitución y en las leyes, sino destruir y anular a Páez, a quien consideraba como el único obstáculo para hacer sentir en Venezuela la autoridad del Gobierno de Bogotá, aceptado a regañadientes por los venezolanos. A las exhortaciones de Santander para que Páez compareciera ante el Congreso, éste le contestaba con amarga y penetrante ironía: «Algunos enemigos gratuitos o envidiosos de glorias que no pueden adquirir, han tratado de destruir hasta mi propia reputación forzándome a que ocupe también la plaza de un filósofo... ¡Qué cosa tan extraña, querer hacer de un llanero un filósofo! Si lo consiguen será un nuevo fenómeno en la revolución». Archivo Santander, tomo XIV, página 222.
(7) O'Leary. Op. cit.
(8) Op.cit. VIII, pág. 212.
(9) Restrepo. Historia de Colombia. T.111, Capítulo VilL Páez. Autobiografía, y su Correspondencia, en O'Leary, T. U- De 1821 y 1830 se contaron más de cincuenta sublevaciones de negros, reprimidos sin fórmula de juicio. El señor F. González Guinán, en su voluminosa Historia Contemporánea de Venezuela (T.I., pág.79), asegura, sin embargo, que no «existió jamás en Venezuela la cuestión de castas».
(10) Op. cit. l., pág. 345.
(11) O'Leary, Correspondencia del Libertador. Este concepto de la Libertad, desnuda o vestida de harapos, y rodeada de ruinas o surgiendo de un suelo lleno de cadáveres, como la soñó Coto Paúl, ha sido funestísimo para todos los pueblos de Hispano-América; pues todo aquél que se subleva contra el gobierno, se ha creído con derecho a considerarse un libertador; y toda revolución ha venido siempre a libertar la República.
(12) Op. cit. VIII, página 421.
(13) Op. cit. VIII, página 271.
(14) Op. cit., tomo H, página 379.
(15) V. Cuerpo de Leyes de Colombia, Edición Espinal, 1840, páginas 524 y siguientes.
(16),O'Leary, Vil¡, página 273.
(17) Op. cit., tomo VIII, página 296.- Esto explica el origen de las ideas económicas del doctor Aranda, su proyecto de Banco Hipotecario para salvar la agricultura de las garras de los usureros y su filiación en el Partido Agrícola que más tarde se refundió en el Liberal. En igual caso se hallaron Tomás Lander y otros que formaron en la oposición liberal en 1840.
(18) Restrepo, Historia de Colombia, tomo 1 l- Baralt, Resumen de Historia de Venezuela, tomo 1.
(19) O'Leary, Cartas del Libertador, tomo XXXI, página 299 y siguientes. Lo subrayado está así en el texto.
(20) Bougié, Les idées égalitaires— Giraud, Droit français au moyen âge, tomo 1, página 190.
(21) O'Leary, tomo XXX, página 367. Al General Páez, Caracas, 20 de marzo de 1827.
(22) Op. cit.., página 361.
(23) Op.cit., tomo Vil¡, página 20. El Coronel Diego Ibarra al Libertador. (24) Op. cit.., Correspondencia del Libertador, tomo XXXI, páginas 371 y 372.
(25) Op. cit.., página 373.
(26) Op. cit., página 365.
(27) Op. cit.., tomo U, página 87.- Páez al Libertador desde Achaguas, el 31 de marzo de 1827:
Es curioso observar cómo esta fábula surge en cada conmoción, hasta aún después de haberse abolido la esclavitud. En 1859 era general el convencimiento de que se iba a restablecer la esclavitud «los pobres creían que se les iba a vender a los ingleses para con sus carnes hacer jabón y con sus huesos cachas de cuchillos, bastones y sombrillas». V. Laureano Villanueva, Biografía de Zamora, página 291. Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, tomo II, página 38. Lisandro Alvarado, Historia de la Revolución Federal en Venezuela, página 48. Se ve cómo a través de todas las pseudo-transformaciones constitucionales, el medio social continuaba siendo el mismo. ¿Por qué hablan de cambiar sus productos?
(28) Rodriguez Villa, Biografía Documentada del General Morillo. Volumen III, página 434.
(29) Ibid, Ibid.
(30) Restrepo, Historia de Colombia, Tomo M, página 19.
(31) Recuerdos de la Rebelión de Caracas, página 371.
(32) O'Leary, op. cit., tomo Vil, página 274.
(33) O'Leary. Correspondencia, tomo W Páez. al Libertador desde Achaguas, 31 de marzo de 1827. Recuérdese que el año 22, había escrito Páez a Santander «yo he sido uno de los altos representantes acostumbrados a obrar por si... yo mandé un cuerpo de hombres sin más leyes que mi voluntad, yo grabé moneda e hice todo aquello que un señor absoluto puede hacer en sus Estados».
(34) Mollien. Voyage dans la République de Colombie en 1823; tomo II, páginas 202 y 203: «Cet homme, qui pouvait jouer sur les rives de I'Orénoque le rôle d'Artigas, sur celles de la Plata, reste fidèle à Bolívar, dont les manières affables et généreuses I'ont gagné».
(35) Refiriéndose a los pueblos pastores dice Démolins: «... estas sociedades no producen otros jefes públicos que el Jefe o conductor de caravanas». Op.cit.
(36) Les Grandes Routes des Peuples, tomo II, página 321.
(37) La Grande Grèce, tomo II, página 415.
(38) Organización de la Confederación Argentina, tomo 1. página 126. Edición de Besanzofi, 1858.
(39) ProaL La Criminalité Politique, Préface, páginas XXII y XXIII.
(40) Cita que hace el mismo General Páez en su Autobiografía. Vol.l, página 142 y siguientes de un libro escrito por uno de los oficiales de la Legión Británica titulado Recollections of a service of three during the war-of-extermination in the Republics of Venezuela and Colombia. London, 1828.
(41) Citado por Loria en Les Bases Économiques de la Constitution Sociale, página 370, donde el célebre sociólogo italiano estudia ampliamente las relaciones de la propiedad con la constitución política de los pueblos. «Un hecho verdaderamente característico —dice— es que estas verdades evidentes, ignoradas de los economistas modernos fueron perfectamente comprendidas por muchos escritores de los siglos pasados», y cita entre otros al inglés James Harrington, quien en presencia de lo que ocurría en su patria para 1656 afirmó que «si la propiedad monetaria no tiene importancia relativamente a la constitución política, la propiedad rural según el modo como esté repartida, determina el equilibrio político y produce un gobierno de naturaleza análoga». Página 368.
(42) Narración, tomo 1, página 441.
(43) La Anarquía Argentina y el Caudillismo.
(44) Historia Constitucional, tomo II, página 142.
Hacía contraste esta admirable conducta de nuestro rudo ¡lanero, con la del ilustrado General Francisco de Pauta Santander, El Hombre de las Leyes, quien, para la misma época, ejercía la Presidencia de la Nueva Granada (hoy República de Colombia). Mientras que el primero interponía su poderosa influencia para contener los odios y atraer a sus antiguos adversarios, el General Santander arrastrado por sus pasiones políticas, perseguía y fusilaba sin piedad a sus enemigos. «No hubo perdón ni para las mujeres. A la antigua querida de Bolívar, doña Manuela Sáenz, sindicada de recibir en su casa a los conspiradores, la destierra para el Ecuador, vengando así antiguos rencores. Bien entendido que el gran talento de estadista del General Santander no produjo ningún beneficio de trascendencia al progreso moral y material de su país.
(45) «... no practican ningún culto» —dice Amiano Marcelino, al trazar el retrato de los pastores. Cita de Démolins. Obra citada, tomo 1, página 96.
El General Páez dice de nuestros llaneros: « Distantes de las ciudades oían hablar de ellas como lugares de difícil acceso, pues estaban situadas más allá del horizonte que alcanzaban con su vista. Jamás llegaba a sus oídos el tañido de la campana que recuerda los deberes religiosos, y vivían y morian como hombres a quienes no cupo otro destino que luchar con los elementos y las fieras. Autobiografía. Tomo 1, pág.7.
(46) Para mantener el orden en pueblos de esta constitución social, ha escrito Démolins: «es necesario un jefe que posea una gran autoridad personal, habituado al mando y sabiendo hacerse obedecer. Es evidente que este papel no puede representarlo el primero que llegue; se necesita un hombre muy eminente, un verdadero, patrón». Obra citada, tomo 1, página 74.
(47) V. Guizot. Historia de la Civilización en Europa. Tesoro de Autores Ilustres. Tomo XCVIII. Páginas 46 y 47.