sábado, 10 de octubre de 2009

GUZMAN BLANCO. los falsos próceres

Dentro del cúmulo de tesoros que sobre la acera exhibía un librero en una de las esquinas de Maracay encontré algo verdaderamente apasionante, al menos para mí, amante de la historia y voraz lector de autores desprejuiciados. El título de la obra es “Un irlandés con Bolívar” y su autor Francisco Bourdet O´Connor. Un agregado al título, que resume su contenido señala: “Recuerdos de la Independencia de América del Sur en Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú y la Argentina por un jefe de la Legión Británica de Bolívar”. La obra fue escrita en 1869 y su primera edición se imprimió en Tarija, región boliviana dolor de cabeza actual para Evo Morales. Evidentemente, para el momento en que se escribió, los recuerdos de O´Connor eran frescos y lucen imparciales. Su admiración y respeto por Simón Bolívar y Antonio José de Sucre son evidentes aunque sin caer en el mal sabor de la genuflexión. ¿Cuál es el valor de esta obra? Por supuesto no es grandiosa como ejemplo de literatura. Es valiosa por la historia menuda que vierte en sus páginas, por la exposición a las tristes realidades enfrentadas por Bolívar y Sucre; las traiciones, las hipocresías, las imposturas de los que más tarde, siendo triunfadores, se convirtieron en héroes tras la manipulación de “escribidores” u oradores adulantes o de congresos nariceados.

Recuerdo cuando en mis estudios de primaria me obligaron a leer Venezuela Heroica de Eduardo Blanco. Montados en el techo de la casa de mi compañero Arturo Liendo, tras leer alguna de las narraciones, aún siendo unos niños, nos reíamos de las mismas. Parecía el asunto un restaurante de chinos actual. Yeso y plástico. Un verdadero ditirambo para emular los no menos exagerados clásicos griegos que, vaya mala suerte, tendríamos que digerir en el bachillerato. ¿Alguna vez hemos buscado el origen de los títulos que han endilgado a nuestros presidentes, militares y supuestos héroes? ¿Quién se los ha otorgado? Valiente ciudadano, Gran Demócrata y hasta un “mariscalato” (proviene de Mariscal, como generalato proviene de General) para Falcón, que como militar nunca fue gran cosa. Pero creo que el colmo de los elogiados fue Antonio Guzmán Blanco, trasladado al Panteón Nacional, monumento funerario donde se mezclan los que son y los que no son; donde Bolívar y otros deben sentirse tan incómodos que tal vez en el más allá se comunicaron con Miranda para que no permita que se encuentren sus restos y los coloquen en ese lugar.

Guzmán Blanco fue el gran depredador del tesoro nacional. Quienes le alaban mencionan como su logro más valioso la implantación de la educación pública. Pero ¿en realidad la implantó? Porque que yo sepa la educación fue elitesca y escasamente difundida hasta la llegada de Medina Angarita al poder. Venezuela carecía de escuelas y quien vivía en un pueblo del interior no tenía otra oportunidad que mudarse a la capital del estado para completar su primaria o hacer ingentes sacrificios si quería tener una carrera universitaria porque solo dos o tres ciudades contaban con ese recurso.

Su denominado “quinquenio” iniciado en 1879 lo inaugura con el entreguista Protocolo Rojas-Pereire. En los medios públicos financieros tal convenio resultó un escándalo de gran magnitud y motivo de burlas para nuestra nación. Con este protocolo le entrega al financista franco-portugués Eugene Pereire, con el fin de ser colonizadas por inmigrantes, la totalidad de las tierras baldías que se necesitasen. No bastando con esto le cede; descubiertas o no, las minas de oro, plata, y plomo así como yacimientos de guano, kaolín y asfalto. La exclusividad en la explotación única y exclusiva de los bosques del Amazonas, la colonización de las islas venezolanas en el Caribe, el monopolio de la navegación de los ríos Orinoco, Apure, Arauca. Como si esto era poco, también se le autorizó a fundar la Casa de la Moneda, una fábrica de explosivos y docenas de cosas más. Por supuesto, la magnitud de tal empresa requería inmensos capitales con los cuales no contaba el franco portugués y el asunto se fue al fracaso, aunque Guzmán se llevó entre las garras algún beneficio.

Como buen patriarca en 1883 cede al norteamericano Horatio R. Hamilton, marido de una sobrina, la concesión para explotar el lago de asfalto de Guanoco. Hamilton no la explota. Simplemente la negocia en Nueva York. Esta fue la posteriormente denominada The New York & Bermúdez Co. que más adelante, aliada con el General Matos, trató de derrocar a Cipriano Castro de la presidencia del país. Por supuesto, todos sus familiares cercanos se enriquecieron. Su egolatría le llevó a lograr el matrimonio de sus hijas con nobles venidos a menos, atraídos no por la belleza de las damas sino por la fortuna del futuro suegro.

En 1877 Guzmán se va del país. Deja la presidencia en manos del turmereño Francisco Linares Alcántara, uno de sus incondicionales. Nada más irse, comienza Linares a quitarle el piso. Pero Guzmán cree tener asegurado su futuro. Vive en un lujoso palacio construido en la Calle Copérnico de París, donde dilapida su fortuna y hace gala de su inmensa vanidad, molestándose cuando acude a un restaurante e ignorante del francés, pretende que el maitre le lea la carta de condumios en castellano. Pero antes de regresar a Venezuela, actuando como Ministro Plenipotenciario modificó el acuerdo de laudo arbitral firmado con los colombianos que habría de someterse al arbitraje del rey de España, ampliando las facultades de este en la toma de decisión, cambiándole funciones desde juez de derecho a juez de hecho, cambio considerado por analistas del tema como un gravísimo error que al final fue desfavorable para Venezuela

María Elena González Deluca investigó su fortuna, Guzmán documentaba sus bienes con precisión, y la historiadora le consideró el venezolano más rico del siglo XIX. Pero esto no le bastó. Venezuela entera supuestamente le rendía honores y un inventario de la época lista su egolatría: El estado Mérida se denominó Guzmán. Había en el plano de Caracas de 1875 la esquina de Guzmán, el puente Guzmán Blanco, la Calzada Guzmán Blanco, la calle Ilustre Americano, La escuela Federal Guzmán Blanco, el Paseo Guzmán Blanco y la Plaza Guzmán Blanco. Existían además, haciendo alusión a sus campañas militares la Plaza de Abril y el Campo de Abril. Guzmán Blanco también era el nombre del acueducto, complementándose con dos estatuas, una ecuestre en los altos del Calvario y una pedestre, frente al Capitolio Federal. Contaba además con los títulos Héroe de Abril, Ilustre Americano, Autócrata Civilizador, Regenerador de Venezuela, además de miembro de la Academia Venezolana de la Lengua y designado su primer director, cuando como señaló Pino Iturrieta solo se destacó por las amorosas cartas que escribió a su esposa de quien por cierto tomo sus nombres para las iglesias gemelas Santa Teresa y Santa Ana ubicadas en Caracas. Sus restos se depositaron en el Panteón Nacional en Agosto de 1999. Pero, ¿saben ustedes como le apodaba el pueblo? Simplemente el Gran Manganzón.

José Hermoso Sierra
25-07-08




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