domingo, 19 de junio de 2011

LA DIFICULTAD DE SER ATEO



Juan Nuño







Es una típica españolada, pero se la atribuyen nada menos que a Buñuel, quien ante la impertinente pregunta solía responder que el era ateo, gracias a Dios. Lo curioso es que hay más verdad que chiste en la boutade: porque solo creyendo en Dios de alguna manera se puede ser consecuentemente ateo. En efecto: el ateo pierde tiempo y esfuerzos tratando de demostrar lo indemostrable: que Dios no existe. Igual que el creyente racionalista, pues lo mismo es esforzarse en probar la existencia de Dios que intentar hacerlo con su inexistencia. No hay que escandalizarse ni pensar que se trata de ningún problema oscuro. Más sencillo no puede ser.
En principio, no se prueba la existencia de nada. Si acaso, se postula la existencia de algo, que es muy distinto, es decir, se parte del hecho mondo y lirondo de lo que existe y, si no existe, mal podrá tomarse como punto de partida. Querer demostrar su existencia es tanto como darle la vuelta: partir de cero para llegar a la existencia de lo que se quiere probar. Un absurdo. Lo que existe está ahí para ser tomado en cuenta, no es un tesoro oculto que haya que buscar con métodos especiales. Por eso pierden su tiempo los probadores de la existencia de Dios. Si así lo creen, que partan de ahí, pero sólo como creencia, ya que su prueba, además de imposible, no tiene el menor sentido. Sería como querer probar la existencia del unicornio o del caballo alado: existen en tanto seres de ficción y todo es cuestión de saber limitarse a ese tipo de existencia. Algo similar sucede con la nación de un ser supremo. Donde puede verse que aún es más absurdo por no decir ridículo, pretender probar su inexistencia, que es el empeño y manía del ateo. Ateos y deístas se dan la mano en aceptar alga para luego querer probar su existencia o su inexistencia.
Por eso, como advertía Tierno Galván, el «viejo profesor», conviene no confundir ateísmo con agnosticismo. El ateo cree, el agnóstico, no, que si los ateos no creyeran no perdieran el tiempo en impugnar a Dios. El agnosticismo es, por el contrario, en un sentido más radical y, en otro, más neutro. Es más radical porque va al fondo del asunto, al no aceptar creencias de ese tipo, pero es neutral al declarar que el Señor en cuestión lo mismo puede existir que no existir: el agnóstico ni siquiera se pronuncia sobre el punto. Simplemente, no pierde su tiempo en semejante asunto. Por eso resultan patéticos los esfuerzos de los ateos profesionales y militantes, como los comunistas, por desarraigar las creencias religiosas. Primero, porque se equivocan de objetivo: el ateísmo es una doctrina que argumenta en contra de una determinada existencia, no es una posición neutral, arreligiosa, sino todo lo contrario: profundamente religiosa en su creencia de que Dios no existe. Pero también porque supone que va a quitar con argumentos lo que sólo son irracionales creencias. Los resultados están a la vista.
Tómense los dos extremos de Europa (no sólo geográfico): España y la Unión Soviética. España, tras cuarenta largos años de catolicismo integrista y prepotente, presenta el índice más alto de irreligiosidad de toda Europa. En la Unión Soviética, después de setenta años de ateísmo militante y agresivo, un 60% de su población se declare creyente: setenta millones de ortodoxos, diez millones de católicos, cuatro de protestantes y sesenta millones de mahometanos, sin contar a los díscolos judíos. La lección es brevísima: nada como el ateísmo para que florezca la religión, siendo la inversa no menos verdadera: nada como la religión para despegarse de ella y llegar a pensar por cuenta propia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario