dedicada a mi esposa, Francy Mercedes Márquez Gil, "la nena"
Un vago, ¿lo
recuerdas? Hasta me apodaban “El flojo”. Eso era yo y en lo más profundo de mí
soy un proyecto de vagabundo sin cristalizar. Un holgazán autoexcluido.
¿Recuerdas cómo ocurrió todo? Ya estamos próximos a cumplir cincuenta años de
unión ¿Lo lograremos? Nadie lo sabe. Algunos atribuirán a la inefabilidad del
destino lo que ocurrirá en el tiempo por transcurrir. Otros como yo,
incrédulos, prefieren atribuírselo al azar. No podría imaginar a un ser supremo
ordenarme: ¡Ponte el jean azul, la camisa amarilla, las botas vaqueras,
siéntate en el murito del edificio donde vives y encontrarás al amor de tu
vida! Para ello también hubiese tenido que quitarme la modorra, hacer un
esfuerzo mayor para sacar de su cama a tu hermano Manuel y convertirlo en una
especie de celestino involuntario.
Cigarrillo tras
cigarrillo, Manuel y yo manteníamos una insulsa conversación que se movía entre
la jeva de Pedro José, los amores frustrados de Henry, las cuatro velocidades
de la caja del Studebaker del colombiano o las tres velocidades de la caja de
mi Ford. Del pique de esta noche en los Próceres o del mal olor de los pies del
dueño del taller. Paja, incontinencia verbal, necedades.
Esa tarde iría a
la universidad pero no a aprender. Me llevaría a Alicia para el Junquito y
después –fortaleza de casi adolescente- irme a la casa de Lucy y encamarnos
hasta sentir el ronroneo del Mustang de su marido, tiempo suficiente para salir
del lugar y saludarlo en el vestíbulo del edificio. Una coincidencia que el
buen hombre nunca analizó. Pero todo ese bon
vivant se derrumbaría por obra del azar.
Caminabas
rapidito, tus bellos ojos me perturbaron. Tu boquita me estremeció. Vestida –lo
recuerdo vivamente– con un jean ajustadito y una camisa a rayas verticales
rojas y grises. Sandalias rojas. No vi más nada. Sólo alcancé a balbucear:
“Manuel, mira esa jevita, qué bella…”. para luego despertarme con un brusco:
“¿Tú eres loco, flojo? Esa es mi hermana y no la estoy celando. ¡Es que es una
fiera!”
Belleza y reto.
Ni siquiera contestaste mi saludo. Más nunca se cumplieron mis planes de
cuadrar la subida a El Junquito con Alicia ni el de encamarme con Lucy.
¡Información, información! ¿Dónde estudia? ¿A qué hora sale? ¿Tiene novio? Lo
único que no se me ocurrió preguntar fue tu nombre. Fuiste mi obsesión, mi
meta, mi reto. Madrugaba para ofrecerme a llevarte al liceo, y como no
aceptabas, me adelantaba para esperar que bajaras del autobús y decirte que
conmigo hubieses llegado más rápido. Ni me escuchabas. Hasta pinté la cocina de
tu casa. Te envié flores el día de tu cumpleaños: Ni siquiera diste las
gracias. En diciembre te regalé unos muñequitos. Los rayaste, les dibujaste
anteojos. Pero para mí fue buena señal. Aunque no era odio, recordaba aquella
canción de ódiame por favor yo te lo pido porque el odio es mejor a la
indiferencia o al olvido… algo así.
Ya habían pasado
seis meses de insistencia, de ataque, de piropos, de desprecios, de risitas
burlonas. Se acercaba diciembre. Lucy aún me llamaba a diario y Alicia me dijo
hasta del mal que me iba a morir, pero yo no tenía ojos sino para ti. Seis
meses madrugando por ti. Un bañito de vaquero, una rasurada, unas palmadas en
la cara con la colonia de moda y listo para un nuevo intento. Hoy me aceptará
la cola, hoy me dará los buenos días, hoy, hoy, hoy. ¿Esperanza inútil? ¿Flor
de desconsuelo? Esa canción del maestro Pedro Flores no iba conmigo. ¡Qué va!
Tal vez me pasaría como a Ramón Bracho. Diecisiete años y tres meses con cuatro
días –el viejo lo llevaba anotado- enamorando a Margot hasta que aceptó ser su
novia.
Llegó el fin de
año. Apenas pasada las doce fui a tu apartamento. Desde la calle se veía en
penumbras. ¿Será que salieron? Pulsé el timbre y sorpresa: abriste la puerta.
Bellísima. Vestida de negro. Exótica “¿Qué desea?”, preguntaste altiva. Te
respondí que sólo quería desearte feliz año. Esperaba al menos una palmadita,
pero ni eso. “¿Y no vamos a brindar con algo?”, te pregunté. Serviste de mala
gana una copa de vino y me dijiste… no, no fue te amo, ¡no!… Sólo me diste
largas al informarme que irías a casa de Rosa, la madre de Elina, a celebrar el
fin de año. ¿Y qué te creías? ¿Qué me iba a ir rumiando mi desengaño a escuchar
a Julio Jaramillo acompañado de una botella de ron? Nooo. ¡No! Si bien a Elina
apenas la saludaba, Rosa, su mamá, ya me veía con aprecio. Subiste para donde
tu amiga y detrás de ti, me colé, entré como Pedro por su casa. Paco, un
elegante español pareja de Rosa, me ofreció un exquisito y añejado ron
carupanero. Te vi bailar sola, apasionada ¿Y ahora qué hago? El baile no es mi
fuerte. Esperé un bolerito. Y suerte la mía, pusieron a Billo´s, bailable hasta
para quien tiene dos pies izquierdos y una sordera congénita. …Cubano que
dejaste el viejo malecón… y abandonando la interesante conversación con Paco,
te invité a bailar. Realmente no recuerdo si te invité o te agarré el brazo y
te saqué a bailar. Esa noche eludí algunos merenguitos, pero el mosaico no me
lo iba a pelar. Era la oportunidad de hablarte, de enamorarte y sin dudas… lo
hice.
A los seis meses
nos casamos y todavía te amo. Así me regañes todos los días cada vez que
ensucio algo, o cuando enciendo la pipa y evoco a Sara Montiel… Cantando
fumando espero, pero no al hombre sino a la mujer que quiero… Tú y nadie más.
¡Qué cursilería! ¿Verdad?
José Hermoso
Sierra. Irreverente y casi anciano ¿Casi? 68 años. Seis
hijos con ella. Siete nietos. Dedicado a escuchar música,
a leer, a caminar, a hablar por allí, a explorar la red. Retirado de
cualquier trabajo y …sin ganas de hacerlo. Súper enamorado de mi
mujer ¿Que más puedo escribir?
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